viernes, 12 de julio de 2019

Nelson Romero Guzmán

En tierra de sombras una luz lo cambia todo. 

Bienvenido poeta Nelson Romero Guzmán a Claroscuro. 




Nelson Romero Guzmán, Ataco, Tolima, 1962.  Poeta y ensayista. Estudió Filosofía y Letras en la Universidad Santo Tomás de Bogotá y la maestría en Literatura en la Universidad Tecnológica de Pereira. Es considerado uno de los mejores poetas de la literatura colombiana contemporánea. Actualmente es profesor en la Universidad del Tolima, es integrante del Grupo de Investigación en Literatura del Tolima, editor de la revista Ergoletrías. 

Obras: 

Días sonámbulos (1988)
Rumbos (1993)
Surgidos de la luz (2000) 
Grafías del insecto (2005)
La quinta del sordo (2006)
Obras de mampostería (2007)
Apuntes para un cuaderno secreto (2011) 
Música Lenta (2014)
Bajo el brillo de la luna (2015) (libro con el que obtuvo el premio Casa de las Américas) 
La locura de los girasoles (2015) 

El espacio imaginario en la poesía de Carlos Obregón (ensayo, 2012)
El porvenir incompleto, tres novelas históricas colombianas (ensayo, 2012) 

Premios

Premio de Poesía Universidad de Antioquia (1999) 
Premio Nacional de Poesía Ciudad de Bogotá (2007)
Premio Casa de las Américas (2015) 
Premio Nacional de Poesía del Ministerio de Cultura (2015)



Nelson Romero Guzmán
selección de poemas 



Puerta 2

Detrás de esta puerta
hay unos geranios
nevándose,
hay un hombre
al que le llueven lágrimas de los testículos,
está amarrado a otro hombre de espaldas.
Así empezó todo este desorden,
este nudo imposible de soltar.

Nadie ha podido abrir esta puerta.

Los dos hombres amarrados en el patio
son los juguetes olvidados

de la infancia de Dios.




Flores insectas bajo la ducha 



Bajo la ducha desnudos

colgados de hebras de agua

quisiéramos pasar la vida,

ver el mundo sólo a través

de unos órganos copuladores.

Pasar la vida hermosamente

sin preocuparnos por saber nunca

ni si quiera el significado de la palabra

zootermopsis, no consultar el diccionario,

no abrir nunca la Eciclopedia Británica,

no creernos vacíos por no haber leído

las Disertaciones de Epicteto

Y ser flores nomás, flores insectas bajo la ducha,

ver pasar la vida sin prisa

tras la neblina de nuestros cuerpos.



La muerte tecnológica, Kodak 75


Mi padre usó su cámara Kodak para matar. Bastó pegar el ojo a la lente y enfocar el cielo,  el bosque, cualquier individuo o a un grupo de hombres felices y luego disparar. Para un fotógrafo como él, la muerte consiste en detener el tiempo en la imagen. Sólo que ese acto no derrama sangre y una vez los hombres han quedado en la eterna quietud, pueden continuar sus labores diarias, pero no saben que al posar para la foto, ya murieron. Cuando miro en el álbum el cementerio de mis imágenes, siento terror sentirme al lado de Daskan. En la muerte tecnológica de la Kodak, todos podemos escoger morir las veces que queramos. Cada vez que festejamos nuestro cumpleaños, llamamos al de la Kodak.
En la foto Daskan tiene un nudo que le aprieta la garganta. El fotógrafo debiera tener compasión con sus muertos fotográficos, antes debió aflojarles el nudo, no dejarlos de pie, ni portando en sus manos velones encendidos. Decirles que sonrían es una forma de distraerlos antes del fogonazo.
Paso las páginas del álbum y Daskan, sin saber que está bien muerto, me sonríe.



Historia de sonámbulos


Ningún camino nos llevó
a la tierra donde crece el trigo.
Tuvimos que aprenderle el sendero
a las hormigas para no perdernos.
Llevábamos camisas rotas
y enhebramos agujas en lo oscuro
con la seda robada a los gusanos.
Por donde íbamos
el sol pintaba nuestras sombras en los muros
sin anunciar llegadas.
Tanteando, al fin, bajamos a la tierra
con mucha hambre de luz entre los ojos
y nadie nos enseñó a amasar el trigo.



Un trazo

Tengo la devoción del santo,
que se unta las manos
de la tinta roja de un insecto
para simular que acaba
de cometer un crimen.
Escribo con esa tinta
el cuerpo del delito,
describo el escenario, me complazco
en dibujar la víctima.
Todos los días mato,
pero nadie me condena.


Carta

Sólo como pan y cerveza.
El hambre es de pinceles, de telas...
Miro los soles concluir en estas tardes verdes
que me aguardan una esperanza, y algo
se crispa en el espíritu insaciable.
El alba me acoge con brazos blancos
y creo comer de las patatas que pinto.
El hambre es de colores.
Envíame un poco de dinero para ganar los días que vienen,
voy a terminar los bordes de un cielo por el que quiero escapar.


Lección de culinaria

Este ha sido el infierno para una mujer: pelar una cebolla. Las hojas en las manos se multiplican delgadísimas. “Hijos, en el corazón de la cebolla está Dios”, decía mi madre para darse consuelo y consolarnos. Ella no hacía uso del cuchillo, pues temía herirle el corazón a Dios. Por tanto, el hambre en la casa era la eternidad. Mi madre no veía la hora en que un ángel aleteara entre sus manos. Por el momento, de esa carne comeríamos. Tiempos en que los ángeles, nuestros guardianes, transformaban bondadosamente en aves de corral. Pero los tiempos cambian y eso ya no ocurre. Así que un día las cosas empeoraron: nos volvimos transparentes como las mismas hojas de la cebolla. Fue hermoso porque, a través de mi hermano, veía a mi madre en el punto más lejano del universo pelando, sin descanso, esa maldita cebolla. Hasta que llegó al punto oculto del centro, donde estaban las regiones
superiores. Pero, por desgracia, Dios había salido un rato del centro de la cebolla. Pobre sirvienta de Dios, mi madre, en los misterios de la cocina. Lo cierto es que nunca pudimos comer en el Reino. 
Yo no sabía que mi madre, de tanto pelar cebollas,  se había convertido una envoltura de cielos transparentes;  algo así como un cielo dentro de otro cielo, y este dentro de otro. Recuerdo que no comimos, pero tampoco vimos a Dios. Ahora entiendo que la demasiada religión es la peor de las culinarias. 
Por fin quiero vengarme de todo esto derribando el Araboth, el árbol del cielo.



Historia con aserrín 

Esta es la historia:
un niño que come mucho aserrín en las noches
y sueña comiendo más aserrín
y se levanta a comer aserrín,
no termina de hacerlo nunca mientras sea hombre
y viva en el mundo donde todo se desmorona,
se avería, se llene de carcoma
y se reduce a un diario de objetos pulimentados.
El niño crece como un almohadón, 
serás grande, tendrás una mujer de asserín,
también hijos de aserrín que irán a la escuela de aserrín
a educarse con aserrín,
según las leyes de un mundo ladeado
que ya se cae, que no se levanta
y cada vez produce más aserrín en cantidades incalculables.

                                                              Nelson Romero Guzmán 

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