lunes, 10 de octubre de 2016

Alex Roalva. Los poemas

Acunar infiernos

Está tu corazón más hinchado que tu cuerpo,
tu bendito cuerpo, desnuda berenjena.

Canjeás por vida 
los arañazos violentos de la infancia
en tu vientre.

Luego ponés un nombre a lo incierto
y tu vida pendiendo de ese silente latido:
la mordaza exacta para el pecho
y su savia mezclada 
con el rojo marchito
que no armoniza con el cielo que algunas,
con blusas abiertas como ríos,
prometieron alguna vez.

Vas recolectando semillas iluminadas
de todos los incendios
que generan las luciérnagas 
para ponerlos en tu cuerpo,
tu odiado cuerpo, desnuda berenjena.

de noches donde agrios torrentes
se te cuelan en las palabras no dichas, 
y las llamas sacuden tus sueños
como si estos fuesen llantos negros
de carbones heridos, aún existiendo,
-La niña tiene mucho pelo-, dices.

Despertás con mi mano sobre tu vientre,
y esto me parece tan necesario:
acunar al infierno
o hacer dormitar a la fiera sin dientes,
que desde adentro, 
viene arando el último sol
donde se amontonan las mareas saladas
que de vos dependen para estallar;
estallar de tu cuerpo,
tu trasnochado cuerpo, desnuda berenjena.



Diez para las cinco

Escupo a las fuentes de sus zapatos
porque sí
porque sus caminos tienen aguas sucias 
tienden a ser
desperdicio de otros rumbos.

Escupo a los viejos 
y sus camisas manga larga
escupo su ayer
sus cifras del año pasado
su éxito en la espalda de todos
sus salarios
sus aguinaldos.

Faltan cinco para las cinco
que nadie llame
por una puta vez
por hoy
que nadie llame.




Buenas muertas noches y un gato

Recordame el por qué de soplar hacia el mar
y hacer caballos de espuma,
cuando es tarde
y nuestros pechos
y nuestras manos pueden ser raíces de lo infinito.

¿Es esta la muestra de una oración
que no llegó a doblar mis rodillas
o es sólo un invento tuyo
para anclar mi sombra a tus infectados desiertos?

Tal vez sea mucho pedirte
que no me nombrés a la hora de la noche, porque este giro de piel,
este pellizco de tiempo,
se retuerce como un gato envenenado
con tu cara brotando como espuma
entre los colmillos.

Y vos cantás esos "padres nuestros"
que al único oído que llegan
es al del prisionero que se acuesta con vos,
ése que todas las noches te pide que le recordés
el por qué de soplar hacia el mar.

Ya luego dormimos,
nos amamos
o eso parece que sale de nuestras bocas,
de nuestros colmillos,
de nuestro veneno.

Y sí, me callaré.

Entonces sigamos matando desde nuestras espaldas 
a todos los días,
que todo lo bello muere en vos.



Atrapasueños

Creo que me estoy adueñando del olvido
y de sus golondrinas, vacías de camas.

Entonces,
diariamente suelo encerrar una mosca en un vaso,
y ella nunca entiende ni aprende,
yo no la quiero,
sólo juego con ella.

Antes de subir,
parece tener un buen plan,
frota con aire de victoria sus patas.

Supongo que sus alas ronrronean dentro del vaso
como un motorcillo ahogado en esperanza.

La mosca sólo ve lo lejano,
como si esa eternidad
con que la preñan los atardeceres
a las pupilas,
alcanzara para calentarse por la mañana.

Puedo apostar mi vida 
que ella no sospecha mi mirada seca sobre sus alas
y sobre el pequeño abismo entre ellas.

¿Podrá sangrar hasta herirme el pecho?

¿Sabrá gritar o llorar?

¿Está frotando su cabeza,
por saberse presa de una araña
que atrapa sueños como moscas?

Me recuesto sobre el sillón,
froto mi cabeza y mis ojos desesperadamente,
mi corazón ronrronea,
alcanzo a mirar el horizonte
y su mano de gato naranja.

                                                    ¿Quién me encerró en este vaso?





* Mi primer poema. Lo pongo únicamente porque lo he citado anteriormente.



Vértice del recuerdo

Tú eres la ventana incendia
mi llegada de sombras.

Tú te disfrazas de múltiples savias
para nutrir esta humedad 
y ser únicamente cielo.

Ahora que mis caricias se deshilan
sombra a sombra,
siempre tan acalladas
en la palpitación irremediable
del cristal de tu vientre.

Hoy serás el signo inerte en mis venas,
vertido desgastadamente
entre el recuerdo
de este piano que en mi garganta
aún golpea las oquedades
de nuestros labios.


                                                                                    Alex Roalva

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