En las lecturas de Poesía a Oscuras, un espacio para el encuentro con la palabra poética, organizado en la Uteatro de la Universidad del Tolima, tuve la oportunidad de escuchar al poeta Luis Eduardo Gutierrez leyendo apartes de su libro El diario de Berenice (Colección Los Conjurados -Fundación Común Presencia).
Poesía que se arroja a la oscura luz de los ojos de un cuervo. Suave como la piel del cordero que tiembla bajo la mano asesina.
Bienvenido poeta Luis Eduardo Gutierrez al Claroscuro.
Luis Eduardo Gutierrez, Ibagué, Colombia, 1954.
Codirigió el suplemento cultural del periódico El Nuevo Día de Ibagué y el taller de poesía de la Biblioteca Darío Echandía de la misma ciudad.
Premio Nacional del concurso de Poesía Eduardo Cote Lamus (2007); Única Mención de Honor del Concurso Nacional de Poesía del Ministerio de Cultura (2010); )Mención de Honor Concurso Nacional de Cuento Ciudad de Bogotá (2002) y Mención del Concurso Nacional de Poesía Antonio Llanos de Cali (1997).
Publicaciones:
Perseguidos por el cielo (Ediciones Apertura, 1995)
Los espejos de la Hidra (Ediciones Tiempo de Palabra, 2001)
Los Cuadernos de Franz (Ediciones Nueva Granada, 2008)
En la posada de J. Babel (Común Presencia Editores, 2011)
El diario de Berenice (Común Presencia Editores, 2014).
El diario de Berenice
(selección de poemas)
La cuesta de los milagros
A.
La oración es por el árbol derribado en su negrura, una tarde en que fue lacerado, reducido a su condición de mortal, después de repartir las dádivas de un dios en este albergue de hombres a los que enloquece el viento.
Ahora este árbol es uno más en el reino de los deshojados. Así que ya no podremos decir: "árbol que estás en el cielo, socórrenos", porque ya ese dios ha perdido su aureola entre los habitantes de este lugar que -ahora- arrastran su cadáver por las grandes avenidas
del crepúsculo.
B.
Recemos por ese dios caído.
C.
Ahora los inquilinos de este lugar harán una hoguera con los huesos de ese dios, mientras la frente de él se corona de pájaros.
De: Sanatorio de San Lázaro
Cartel
"Berenice Salman -cantante de las baladas que inventa el viento- invita a su propio funeral, mientras espera en un balcón de esta posada del crepúsculo, el final de ese
solo de violín que alguien toca, entre gardenias, para que no acabe el tiempo.
Berenice S., habitante de esta mansión de salud, ubicada en algún lugar del miedo, hace saber que la vida fue para ella esa música que empezó con el alba y ahora acabará en la noche.
Berenice S., invita a sus exequias, hora: Tres a.m.
Lugar, este rincón donde todo acaba, al que sólo llega la brisa y uno que otro reptil somnoliento"
De: La invitación a un funeral
Provisión
Acaso se me juzgue mal, por mis sesgadas prácticas. He decorado la habitación de mis tres esposos con flores malignas, cultivadas en los jardines de la locura. Para éstos trabajo ungüentos letales que aplico en mis pechos desnudos. Todos ellos prueban la embriaguez de mi desnudo, cuando la luna arde como una antorcha en el cielo de abril. Quién lo creyera, mis esposos enferman, pero un brillo de felicidad
les
asoma
a los ojos.
De: Sanatorio de San Lázaro
Confesiones
En las noches de arrepentimiento, yo, Berenice Salman,
me confieso con un cuervo.
Él sabe tanto de mí como
los espejos, las cómodas de mis habitaciones
y los lechos sobre los que se desangran mis amados.
De: Sanatorio de San Lázaro
En Claroscuros
El pintor de este orfanato situado en una región del asombro, ha dibujado el rostro enfermizo de un joven, de mirada que huye hacia el vacío. Lo azulado de sus rasgos, revela los comienzos de una extraña enfermedad que lo obliga a escribir breves poemas bajo la luz de una bujía, en una buhardilla, cerca a la morada de los murciélagos.
¿Qué se debe hacer con ese enfermo? ¿Rogar por él a las aves nocturnas? ¿Rezar una plegaria a las orugas?
De: Galería
San Lázaro
Sanatorio de San Lázaro, localizado tras la niebla de una mala novela, que alguien redacta. ¿En qué párrafo de esa historia aparece una mujer con una lámpara encendida, bajo la nieve que cae, llamando a la puerta de una casa de afligidos, sin un nombre que la salve? ¿Se escucharán esos golpes de aldaba en el lugar más retirado de ese recinto? ¿Las mujeres que están al cuidado de estos lugares, le tenderán a la visitante un lecho en donde se hable de compasión y amor? ¿Tendrá piedad el que escribe esta gran prosa del mundo, para procurarle a ella una sopa de lentejas al caer la tarde? ¿Para darle un nombre?
De: Crónicas de niebla
Luis Eduardo Gutierrez
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