Somos polvo de estrellas, cientos de últimos destellos, últimos minutos de recuerdos distantes. Errantes, siempre errantes en la vasta oscuridad de este pequeño universo.
Bienvenida Ángela Lozano a CLAROSCURO
Ángela Lozano, “La crespa”. Cuentista, nació en Neiva, pero creció en el Juncal.
Ganadora del Concurso Departamental de Cuento Humberto Tafur Charry en el 2015 y ganadora del Concurso Nacional de Cuento Porfirio Barba Jacob en el 2018.
Actualmente estudiante de psicología de la universidad Surcolombiana.
*¿Quién es Ángela Lozano?
Ángela Lozano es una absoluta soñadora, que ama con fervor escribir lo que sea, en donde sea, por lo que vive entre sus ideas constantemente. Es una mujer transparente, curiosa, crítica de su entorno, pero a la vez muy sensible con las personas.
*¿Cuál es tu definición de Cuento?
Mi definición de cuento es que el cuento es como una anécdota, un único evento que cambia el rumbo de los involucrados en él, para mí el cuento es preciso, es contundente, pero igualmente delicado... Siento que el cuento es lo que nos pasa a diario, en esas pequeñas cosas que casi nadie ve.
*Cuéntanos cómo es tu proceso a la hora de escribir
Yo siempre pienso en la historia de los objetos. Imagino cómo se hicieron, quién lo habrá hecho, con qué objetivo, para quién. Y de esa manera empiezo a crear historias respecto a ello. Con las personas me pasa lo mismo, sin interactuar con ellos, al verlas por primera vez, trato de imaginar su historia, sus orígenes, esto lo hago en base de lo que percibo. Entonces me invento una historia a cada persona que vea en la calle, un anciano, un niño que venda dulces en un semáforo, el artista que hace malabares, y luego escribo, y vuelvo a escribirlo una y otra vez hasta que me impresione a mi misma la historia que haya crecido a partir de ello. Pienso que autores como Humberto Tafur Charry o Porfirio Barba Jacob han tenido mucho que ver conmigo a la hora de escribir, siento que me han motivado, sus aires de antigüedad, de lo antaño... Eso me encanta.
*¿Tienes alguna imagen recurrente?
Mis cuentos tienen una característica muy particular: los personajes sufren mucho. Sobreviven a distintas catástrofes, amo poner los personajes en eventos con una posguerra o ante un apocalipsis. Porque siento que el hombre solo reacciona y es consciente de su "ser" en el mundo cuando se siente al borde de un abismo. Mientras esté todo bien, nadie se pregunta por cómo sería su vida si de repente todo colapsa. Y para mí eso es fundamental... Mis personajes siempre son sobrevivientes, porque de alguna manera siento que vivir es un constante acto de supervivencia que nos gusta adornar con el arte y la cultura. Y, precisamente estas dos cosas son las que nos hacen sentir que podemos resistir una vez más.
*¿Qué le dirías a las personas que están comenzando a escribir?
Que antes de escribir lean. Qué lean todo lo que caiga en sus manos. Que sean críticos, que investiguen, que jamás dejen de moverse, de preguntarse; porque creo que sí el hombre está en una continua búsqueda de lo que sea que lo haga feliz, es mejor que se arme de argumentos y conocimiento. Y la escritura es una herramienta para aquella búsqueda. Y que escriban, de la manera que sea, como quieran, pienso que ya ha corrido demasiada sangre debajo de los puentes para creer que solo existe una forma de escribir.
*¿Qué opinas de las redes sociales?
Pienso que las redes sociales son un arma de doble filo. Por un lado, puede acercar a la persona que están lejos, pero por otra parte puede alejarte de los que tienes cerca. Y es ahí donde falla algo en la persona, las redes sociales son indispensables, fuentes de información ilimitadas, pero aún así nos estamos convirtiendo en la generación mejor informada pero peor educada. Porque la información de las redes no educa, solo es una herramienta, no es la verdad absoluta y es muy ingenuo pensar que podría encontrarse la absoluta verdad en una maquinaria... Somos seres sentipensantes, cómo lo explica Fals Borda, y no podemos permitir que las redes nos succionen aquella poca humanidad que aún conservamos.
*¿Qué opinas de la poesía?
La poesía nos sostiene. Pienso que es un puente entre aquello que sentimos y lo que nos entrega nuestro proceso cerebral. La poesía mueve y conmueve, y sentir en un mundo lleno de máquinas es un absoluto acto revolucionario. Tengo un cuento en el que narro cómo sería el mundo luego de la muerte del último poeta, en dónde la gente dejaría de sentir, pero que finalmente se darían cuenta que lo único que tienen para seguir existiendo es ser conscientes de su propio "ser" ver más allá de lo que nadie se atreve, ver el mundo desnudos, las almas sin piel, sin órganos... Ahí está la poesía. La poesía es el mundo, detrás del mundo.
*¿Cuáles son tus autores preferidos y qué lectura recomiendas?
Mis favoritos siempre van a ser Tafur Charry y Barba Jacob, pero he de recomendar a un hombre peruano que desafortunadamente falleció muy joven, Abraham Valdelomar, sus cuentos son sublimes.
*¿Cuál es el Punto cero, el origen de tus cuentos?
Realmente es una historia curiosa la manera cómo empecé a escribir. Tenía unos ocho o diez años cuando leí por primera vez El Principito, ese pequeño libro hizo que algo en mí explotará de repente y es que cuando al finalizar el libro el autor dice que le avisen cuando el principito haya vuelto, yo me quedé pensando en lo terrible que sería para el principito pasar tanto tiempo en el Sahara, me lo imaginé sufriendo y sin comida ni agua, entonces en mi cabeza se me metió la idea de que debía ser yo quien volviera al Sahara a buscar a aquel pequeño de cabellos rubios y prometí que le dibujaría todos los corderos que quisiera. Con el paso de los días mi madre con extrema paciencia me explicó que tal cosa no era posible, y entonces comprendí que jamás iría a Sahara, así que mi madre me regaló la idea de que mejor escribiera lo que sucedería si de pronto el principito volviera a la tierra. Ese fue mi primer cuento, que entre mi desorden continuo dejé perder.
Mi padre también es un referente a la hora de pensar en cómo empecé a escribir. Pues resulta que en la finca en que vivíamos no teníamos luz eléctrica, y para vencer el aburrimiento luego de la escuela, mi papá me sentaba en sus piernas debajo de un palo de mango y me enseñaba estrofa por estrofa los poemas llaneros de su preferencia, y recuerdo que el primero que me aprendí fue "el caporal y el Espanto" de Juan Harvey Caicedo. Mi papá pasó su juventud declamando poemas de todas partes, también escribió en algún momento, pero los años y el ruido del tiempo hicieron lo suyo. Sin embargo, aún recuerda algunos, aún declama en fiestas familiares, y en noches despejadas, pero tengo intactas cada palabra de los poemas que él me enseñó.
EL TÉ DE LA TARDE
La llovizna tenue ya había empezado hacía unas tres horas, pero la brisa fría, esa brisa que hace temblar hasta la conciencia, había comenzado cuando el relojito de la pared marcaba un cuarto para las cinco de la tarde, cuando el sol ya había empezado a agonizar. Ella ansiaba esa hora, anhelaba ese día desde hace mucho tiempo y se sentía orgullosa de haber sobrevivido a todos sus males solo para vivir ese momento; se había sentado en el pequeño sofá junto a la ventana lateral y leía el mismo libro que estaba leyendo hace un año a la misma hora, en el mismo sofá, e incluso se había puesto el mismo vestido que con tanto celo había cuidado y defendido de las malvadas polillas, que parecen brotar de la humedad. Preparó dos tazas de té en una vajilla especial, la misma del año pasado, que solo era usada para esa fecha, para esa hora. Ella sabía que a él le encantaba ese té y lo apreciaba, porque a pesar de todo él había aprendido a tomar con ella el té de la tarde.
Ya faltaban cinco minutos para el preciado momento. El esperado instante donde una promesa debía ser cumplida, donde los caminos de la vida y del mundo lo traerían a casa nuevamente para que ella pudiera volver a abrazarlo, a sentir su compañía y cariño; pero no quería que él encontrara nada extraño al volver, por eso usaba el mismo vestido, y preparaba las mismas tazas del mismo té que sabía que le encantaba, aunque él nunca se lo dijo, pero ella lo sabía. Sabían todo el uno del otro, habían sido inseparables durante mucho tiempo, él la adoraba con una lealtad inefable y ella le guardaba un amor verdadero, de esos que ni la más enorme distancia puede extinguir, de esos que ya no se ven.
Entonces sacó de un viejo y maltratado baúl una carta consumida más por leerla tantas veces que por la acción del tiempo en el papel. A las cinco en punto leyó la carta en voz alta junto a la ventana, como lo había hecho los últimos treinta años. Los recuerdos empezaron a agolpar su pecho nuevamente, de la misma forma como la han consumido por tantos años en los que ella se había sentado junto a la ventana a esperarlo, clavando su mirada envejecida en la carta en la que le prometían devolverlo sano y salvo en aquella fecha, cuando la guerra terminara, y a esa hora, cuando ya no fuera tan palpable el sopor de las masacres. Terminó la carta con ansias, y con la última llama de fe aun ardiendo en su pecho abrió la puerta, de inmediato la cruda brisa de la llovizna la invadió por completo, penetró en sus huesos y le heló el pensamiento, no había nadie, solo el invierno cruel apoderándose de sus coyunturas. Se sintió abandonada, vulnerable, olvidada por aquel que un día se fue sin despedirse en medio de los bombazos de un conflicto ajeno a su voluntad, y que jamás regresó.
Por un instante la brisa le trajo a su memoria los recuerdos del día en que recibió la carta, recordó ese sentimiento, el alivio, pues en el papel decía que él estaba bien, que unas personas lo habían cuidado, que pronto estaría de regreso. Pero había pasado treinta años anhelando que se cumplieran aquellas letras. Nunca se supo si lo esperaba con verdadera esperanza, ingenuidad o si simplemente se había convertido en una costumbre de su ya desvanecida cordura, pues no entendía que la vida es corta, y se vuelve a un más improbable cuando la guerra nos respira en el cuello, y eso, lo sabe toda criatura en la tierra. Lo sabía él. Pero tal vez la anciana no.
La brisa se apoderó de ella tan bruscamente, que su pecho ajado y contraído empezó a doler. Sintió una punzada ligera y se desplomó despacio, pero firme como una gota de rocío mañanero desprendiéndose de una hoja. Y ahí, tirada en el suelo, sola y sin que nadie la pudiera ayudar, vio al fin todo con claridad, supo que ése era el momento que realmente había estado esperando, para esto había soportado tantos dolores, para ése instante en el que se pudiera despojar de toda las tristezas y locuras que se habían llevado su vida entera. Por primera vez se sintió plena, y por alguna razón la brisa cruda de la llovizna le hizo entender que pronto vería al que había estado esperando durante tanto tiempo. Respiró profundo y sujetó con fuerza la carta a su pecho, como si ese papel fuera su única entrada a la otra vida. Esbozó una sonrisa de alivio y se dejó llevar por el frío inclemente de la llovizna que lentamente le apagó la luz del mundo para siempre.
Se fue feliz. A las cinco y diez de la tarde, mientras el sol empezaba a agonizar, ella ya había partido de este mundo al tan esperado y sufrido encuentro con Douglas, su compañero fiel, el mejor amigo de sus épocas doradas, aquel Pastor Alemán que a pesar de todo, había aprendido tomar con ella el te de la tarde.
NOSTALGIA
Recuerdo haberte visto primero ese segundo antes que tú a mí. Sonreíste, pero no por mí. Era por alguien más a mis espaldas, un ladrón anónimo, que sin saberlo me robaba tu sonrisa. Una sonrisa que ya era mía!
Desde entonces me dediqué a toparme accidentalmente contigo en la calle, a hacer que tus libros cayeran un par de veces en la esquina del café que te gustaba, yo los levantaba con caballerosidad, tú dabas las gracias con tu sonrisa encantadora y seguías caminando. Caminabas sin recordar que fui yo quien te devolvió los paquetes que olvidaste en la tienda en días pasados.
¡No entendía cómo no podías verme! Si era yo quien te dejaba aquellas notas adhesivas en tu puerta. Era yo quien te envió tu cóctel favorito en aquel bar, el sábado que saliste con tus amigas. Era yo quien pronunciaba tu nombre en la radio dedicándote canciones viejas que ya nadie recordaba. Era yo quien tocaba la guitarra mientras cruzabas el andén. Era yo quien oprimía el botón en el semáforo para que el tránsito se detuviera y tú pudieras pasar. Era yo. ¡Era yo! Cómo no me veías si yo era tan evidente! Bueno... Lo que hacía por ti era evidente.
Luego, una mañana dejaste de usar la ruta 34 a la que subías siempre, no fuiste al café, no compraste el queso en aquella tienda, no usaste el andén y no estabas en el semáforo.
¿Habrías cambiado tu rutina? ¿Te habrías enterado? ¿Estarías asustada? Todo eso pasó por mi mente, menos la verdad. Por alguna extraña razón, el tendero me preguntó por ti; la mujer del café también. Porque para todo el mundo era obvio que estaba perdida y locamente enamorado de ti. Todos lo sabían, menos tú, por supuesto.
Entre razones y explicaciones extrañas conseguí que tus amigas me dijeran dónde estabas. Me hice pasar por tu hermano ante la enfermera. Me contó todo. El ladrón que meses atrás me había robado tu sonrisa, ahora estaba a punto de robar tu vida. Estabas desecha. Tu rostro hinchado y un respirador que luchaba por activar tus pulmones. Tu corazón bombeaba con dificultad y tu cerebro no procesaba la realidad. Déjame decirte que yo tampoco. El coma te consumía y la desesperación a mí.
Entonces dediqué mis días enteros a buscar un milagro, busqué por todas partes, en cada rincón del espíritu, en cada alma de cada persona que decía poder ayudarme. Usé cada pastel de cumpleaños, cada vela encendida, cada once-once en el reloj, cada trébol de cuatro hojas que encontré, cada estrella fugaz, oré a todos los nuevos y antiguos dioses que parecían haber olvidado el sufrimiento humano, incluso casi me quedé sin pestañas pidiendo una y otra vez lo mismo: a ti. Pero, supongo que no bastó.
Esta mañana me descubrí añejado por los años. El paso del tiempo había marchitado mis ojos y mis manos, pero aún con mis huesos rechinantes hoy voy verte. Yo siempre te vi. Y espero que ahora sepas que soy yo quien estoy aquí, cambiando las flores, quitando las hojas secas de la lápida y rogando a la vida que acabe conmigo de una buena vez, porque ahora es la única opción que me queda para poder explicarte que te orbité toda una vida. Que te amé desde la sombras porque nunca tuve el valor para presentarme, que quería que me perdonaras porque no te cuidé como debía, debí haber estado ahí la noche en que aquel monstruo terminó por apagar tu luz.
Y aunque ahora eso parezca lejano, la nostalgia aún me recuerda que existe esa pequeñísima posibilidad de encontrarme contigo en la otra vida.
Tal vez me digas que nunca supiste de mí, que nunca me viste. Yo te diré que sí lo hiciste, solo que no lo recuerdas, pues estabas demasiado ocupada iluminando el mundo, luego tendrás esa sensación de certidumbre y me recordarás en aquel parque sonriéndote mientras tú esperabas a tu novio...
Y me dirás qué sí me viste...
Yo concluiré... que recuerdo haberte visto primero ese segundo antes que tú a mí.
ELEGIDOS
Ven, déjame guiarte. Eres como un lienzo en blanco, y tengo yo los óleos... Pintaré paisajes en tus ojos, tan bellos, que jamás creerás que son ciertos. Te mostraré el mundo en el que vivo. Te aseguro que querrás quedarte porque inundará todos tus sentidos. Borrará cada culpa. Cada cicatriz. Cada mala decisión... el pasado se irá. Solo quedaremos tú y yo. Aquí. O allá... Donde sea pero estaremos tu y yo. Pondré a tus pies los secretos mejor guardados de los imperios en las estrellas, de los monstruos expectantes en las oscuridades, de las galaxias más lejanas, de la arquitectura del sistema, de todo aquello de lo que nunca te hablaron.
Pero solo necesito que te despojes de todo lo que una vez fue, necesito que olvides los rostros de tus semejantes. Quiero que lo intentes... no te aferres. No busques, nada te ata ya a este mundo agonizante. Las aves se han ido, no hay criaturas en las llanuras, no hay caudales que calmen tu sed, no hay pan que sacie tu hambre... no hay hombres a quien amar. No hay amor.
Mírame a los ojos... Sé que te atemorizan, pero estos ojos vidriosos, profundos, enormes, te ofrecen la mirada más honesta que podrías recibir. Mírate, no tienes nada. No te queda nada. No hay nada porqué pelear. No hay razones para quedarse... Yo, en cambio, te ofrezco vida más allá de todo lo que crees saber, te ofrezco esta oportunidad, la misma, por la que todos murieron.
Es hora de partir. Deja que me incruste en tus memorias ya marchitas... No dolerá. Y despertarás mañana siendo parte de la superioridad del vasto universo. Siendo uno de nosotros.
Vagaremos por el espacio buscando mundos perdidos que anhelen salvarse. Que se encuentren al borde del fin que crean ser únicos en su especie, gigantes, inquebrantables. Mundos perdidos, cuya arrogancia nos favorezca... Los encontraremos tan quebrados, tan colapsados, que solo hará falta observar... Atentos. Entonces hallaremos otras almas trascendentales. Que nunca encajaron... Que nunca se conformaron. Que nunca pertenecieron a ellos.
Así como tú, que ves con satisfacción a través del cristal, tu moribunda Tierra ardiendo en llamas.
Ángela Lozano
La crespa.
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