martes, 30 de agosto de 2016

Marietta Morales Rodriguez. Los poemas

El pueblo que perdió el mar

En el barco varado del desierto
de ese pueblo que perdió el mar
en la fabrica abandonada,
con el ulular de los espectros.
Es la hierba silenciosa que crece
en la ventana rota
por el fuego de las latas oxidadas.
Es el aliento claroscuro
por el capitán que toca la mandolina
de los bailes del salón.
Del crepúsculo al amanecer.
El pueblo que perdió el mar.
Los niños tejen las ortigas.
Los marineros que rompieron
las coordenadas en el mapa,
por las pisadas soviéticas.
Ese mar que se evapora
con el corte de los boletos
del viejo cine del pueblo.




El árbol petrificado

Hay un árbol petrificado,
un árbol caído,
un árbol que acompaña los ríos.
Golpean sus ramas como un aleteo universal
con el correr de las aguas,
lágrimas que desembocaron en el mar.
Son los vidrios quebrados
de una muñeca amortajada.
Es el silencio de las hojas
que hace deambular las brújulas de la estación de los vientos.



Calle Gerardo Mardones

Una pequeña calle sin faros,
sin niños que jugaron.
El silencio es toda su grandeza.
Una calle tan pequeña
como un tronco en la cercanía de un monte.
Las cortinas vuelan como fantasmas,
en la distancia de una oficina salitrera.
El silencio estalla en el recorrido
de esa pequeña calle.



La cazadora de sombra de una víbora

Conoces aquella carta llena de miseria,
en el silencio sepulcral de un cementerio en París.
Donde se engendra el aliento de esos campos
de concentración.
Las heridas de las velas del desierto
y las oraciones del Sabbat.
Es el sonido de esa flauta perdida
en las calles donde se dibuja
la hiel sobre la luna.
En los techos, la figura del bardo
que construyó esa cartografía llena de ira,
en el palpitar de los mercados abiertos de Lima,
hasta el estruendo de las sombras siniestras
en el mirar de un palomar en París.
Silencios por acallar los tormentos de intolerancia,
de los aprendices de la sombra de víbora.
Es sentir ese viejo continente
que se despedaza lentamente
por el libro abierto de los días de furia.
Se sentía el aroma del horno
por el canto de los niños en un jardín.

                                                                 Marietta Morales Rodriguez




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