domingo, 4 de septiembre de 2016

Mauricio Alfredo Escribano. Los poemas


Constelaciones

Enumero la nostalgia.
He sido niño. He sido joven.
Ahora soy alas.

Abro el surco entre los muslos
de la aurora
para sembrar mi palabra
en los canteros
y que florezca el relámpago
en la tierra.

Solo una nube seré de viejo.
La que desborde el poema en tu ventana.



Luna en mayo

Desnudo en actitud de remediar
mi lastimada transparencia,
sonrío sobre un muro de tinta solitaria
a la sombra de un dios propio
y perdurable.

Entre nosotros hay una historia
comiéndose la lengua.
Un trofeo de lágrimas en órbita
y visuales ademanes de plegaria.

Sucede que hice un pacto, un abrupto sacramento,
una epístola de brujos y de brujas,
sujeto yo a los huesos de los árboles.

Y me sonrió a pesar de que te odio
para que cumplas tu destino.
Tu efímero destino de quemarme
donde estallan los pronombres,
hasta alumbrar el cuero del dragón que me consume.
O arrancarme la piel
para ver como fulguran mis diamantes
en tus manos diminutas y salvajes.

Sólo entonces contribuyes y apuñalas tu vagina
con mis dedos
-un ermitaño de callado amor desnuda el hashish-
y tú también sonríes aunque me odies.
Y te peinas después de lo que somos,
porque el dios supo darnos
la luz que cicatriza el vacío de la noche.


Paralelos

Me he habituado
al humo verde
de la hierba

al brillo mudo de la iguana
a los galgos invencibles
al laberinto de las hojas

si supieras que soy yo
entre las higueras
de muslos lechosos

y me quema un aire
incontenible
cerca de la noche

cuando vuelven
en bandadas
las sombras de los pájaros.



Acta de invierno

Aquí dentro nos olemos como bestias, nos amamos como bestias. Somos lo que el otro necesita. A veces vos llorás sobre mi piel y yo me convierto en un pez globo. Otras lo hacemos al revés en un trapecio. Y de pronto nos caemos. Nos desconocemos por completo. Somos lo que el otro no sabe. Y me pregunto cómo puede ser que siempre vaya a dar contigo. O mejor dicho, con la palabra que atraviesa. Quizás desde la infancia nos ladre un perro triste. Lo oiremos en los huesos. Nos pondrán sobre la mesa pedacitos de nostalgia. Un acta de invierno con sus mandarinas negras. Y por ahí habrá un poema incontenible anunciando que hallaremos diagonales para el mito. Es decir que vos llorarás sobre mí y yo respiraré bajo el agua. 


                                                                               Mauricio Escribano

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