martes, 30 de mayo de 2017

Orietta Lozano. Los poemas


          "Escribo para ver el resplandor"
                                       Orietta Lozano 


Orietta Lozano nace en Cali, Colombia. Su obra incluye poesía narrativa y ensayos literarios.

Libros publicados:

La herida de los siglos. Editorial Ibañez, 2017
Albacea de la luz. Editorial Cuadernos Negros, 2015
Resplandor del abismo. Universidad Externado de Colombia, 2011
Peldaños de agua. Editorial Caza de Libros, 2010
El solar de la esfera. Universidad del Valle, 2002
Luminar (novela). Universidad del Valle, 1994
Antología Amorosa. Editorial Tiempo Presente, 1996
Alejandra Pizarnik (ensayo). Editorial Tiempo Presente, 1990
El Vampiro Esperado. 1987
Memoria de los Espejos. Editorial Puesto de Combate, 1983
Fuego Secreto. Editorial Puesto de Combate, 1981

Ha sido incluida en diversas antologías, entre ellas:

Poesía colombiana (antología 1931-2005), México, 2006
Una Gravedad alegre, poesía Latinoamericana, España, 2007
Mundo Mágico: Colombia, poesía colombiana. Brasil, 2007
Silencio en el jardín de la poesía. Colombia, 2012
Azul casi púrpura. 2017 (antología d poetas mujeres)

Obtuvo el Premio Nacional de Poesía Eduardo Cote Lamus, con su libro de poesía El vampiro esperado.

Invitada a Francia a la XIII Biennale Internationale des Poètes, y por la Fondation Royaumont, por Latinoamérica al Seminario de Traducción de Poetas extranjeros para la traducción de su libro Agua Ebria.


El poema es el aire que pasea por la casa, la casa no posee puertas ni ventanas, ni techo ni cimientos. La casa es agua que corre y tiempo detenido. El poema y la casa son infinitos, íntimos y abiertos a la vista de todo aquel que quiera entrar.

Bienvenida  Orietta Lozano al espacio Claroscuro.

Poemas


Orfandad

En la orfandad del silencio
no espero la respuesta,
hurgo, como el águila hurga el aire de su vuelo,
porque la palabra que retorna,
es el cristal donde la luz restalla,
déjame decir en el solar del árbol,
dos sílabas de pájaro temblando.
Acaso estás tan ausente en mis tendones, 
tan herido de las yedras de mi pausa,
tan silencio en la espina dorsal de mis palabras,
tan ido de mi lado, tan éxodo por mí, 
tan encallado en mí
como ramas temblando de granizo.


Y un día, después del ayer y antes del mañana,
nos podamos encontrar
para arribar por siempre en la azul orilla
de la aurora.
Por ahora, sueño la tortuga
que arrastra la casa hacia su piedra,
los lobos en cardumen,
los peces en jauría;
el cuerpo vuelto arcilla,
en la epidermis de la esfera.


Escribo
como se traza un mapa de membranas,
para que mi aurícula no se piense rota,
y mi hueso sacro no delire espera;
porque de migajas se hace el pan,
reclamando migajas, escribo
delante de nueve cartas que se juntan,
hacia atrás del tiempo en contravía,
a unas horas de regreso,
en las mañanas antiguas del futuro;
como la yedra que hoy se inicia 
y empieza a recordarnos.




Estrellas en la niebla

Me vestí con el mismo traje de tu muerte,
y tal vez más desquiciada,
queriendo hallar doble recuerdo,
tomé la mano de mi hija
y la ovillé como si fuera un hongo
o una hoja de papel, en la que no alcancé a escribir;
me hundí con ella,
en el leve vapor del horno
que me legaras en la mañana de un invierno.
Cerramos los ojos, y el mundo siguió hurgando,
buscando gusanos de zafiro.

Del cuervo y la multitud te salvo,
Sylvia Plath,
sé que quieres escapar de las promesas,
encontrar tu agua oscura
y venir a mi legítimo silencio.
Yo, Aissa Wewill,
esta mañana, he cambiado
la abyecta hora del reloj,
ahora estoy subiendo las escaleras de tu aldea,
¡vamos, Sylvia,
dispárame!
hallarás tus ovejas en la niebla.




El poema sueña con la lluvia

Lanza sus dados como rayos
en la confusión de ángeles de arcilla,
y con un rostro eterno de secretos
inclina el poema, como una migaja ciega
hacia las noches que curvan sus manos
para retener como agua,
el clamor del silencio.

Su risa es la aguja
que se introdujo
en el punto exacto
del desierto de mi noche.
Página escrita en la línea de la sombra.

El índice de un ojo
suspende el tiempo.
Sobre el espacio frío
signo y sello, luz de un ángel.
Los dados caerán paralelos
a la orilla del vacío.

Detrás del silencio, canta la lluvia
como el ángel de la melancolía.
La luz que sale del silencio,
retorna al silencio.
En el ensueño de la memoria,
el poema es lluvia
sobre las manos de la noche.




Melancolía

Una niña con alas de hojalata,
trae palabras de hojalata
que crujen de amargura,
palabras desnudas con dedos azules,
palabras que perdonan.
Las da de alimento a los corderos,
las hunde en la carne del rebaño,
les entierra un alfiler en las arterias,
las vuelve alga, barro, mariposa,
tristes en sus manos,
suaves en sus huesos,
caen como lluvia,
se dejan ver entre la niebla,
se arrojan como ráfagas
desde un puente o una nube,
y ante el tridente ansioso, aúllan.
A veces en el filo del cuchillo,
se encuentra una palabra arrodillada.
La noche toma en sus manos,
el agua huérfana, que pide ser ángel,
que pide ser lámpara, que pide ser llave.
Cada palabra abrió su ojo,
vertió su luz.




Azul casi púrpura

Es la más peligrosa forma de la gracia.
Penetra la redondez vacía de la nada,
la grácil curva de la piedra,
la hondura feroz de la caverna.


Casi azul, casi púrpura,
cubierta con su túnica líquida
larga y extraviada,
trae consigo la estatura de la lluvia.
En un tiempo
sólo estaba ella y su palabra
en el jardín tibio de la tierra.


Burdas hordas, cínicos avaros
ejércitos voraces
arrebataron su caricia líquida,
el horizonte de su lágrima,
el viento que cabalga en su espalda.


El azahar de un día luminoso
la ha despertado
bajo el influjo del olvido.


Agua densa de la ira,
irisada agua del deseo,
yerta agua de la luna muerta,
agua circular y vaporosa del pantano
que se fuga y se borra
entre el presagio de un cuchillo;
agua oscura casi blanca
que espera entre las manos,
agua del temor que se esconde
y precipita,
agua de la oblicua culpa,
de la memoria de la espina,
agua sorda sobre el rostro
del silencio,
agua ciega sobre la escritura
del espejo;
agua que lava las heridas,
que repara,
que abraza y configura
la forma de los cuerpos,
el peso de la muerte.



                                                                         Orietta Lozano




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