Todos buscamos algo, perdemos algo, encontramos, volvemos a perder, seguimos buscando, incansablemente.
Todos incansablemente somos silencio, seremos ausencia. Ríos de distintas aguas, ríos, incansables ríos.
Comparto en esta ocasión poemas del libro Relación del perdido. Comparto la voz del poeta Roberto Núñez Pérez,
Bienvenido a Claroscuro.
Roberto Núñez Pérez (San Antero, Córdoba, Colombia, 1968).
Reside en la ciudad de Barranquilla. Licenciado en lenguas modernas de la Universidad del Atlántico. Especialista en pedagogía de la lengua escrita de la Universidad Santo Tomás y magíster en educación de la Universidad del Norte. Ha publicado libros y artículos pedagógicos y literarios en varias revistas tanto del país como del exterior. En 1985 fundó junto a otros poetas el colectivo literario Calamar. Actualmente hace parte del Café Tertulia Tren de Luna y del Consejo Distrital de Literatura de Barranquilla. Además de su labor poética trabaja como coordinador en la Institución Educativa Hilda Muñoz y como docente catedrático en la Universidad del Atlántico.
Publicaciones:
Concierto desde el último puente (2003)
Demandas del cuerpo/Poemas al margen (2008)
Relación del perdido (2013)
Reconocimientos:
Primer premio en la IV Convocatoria de Poesía y Cuento de la Universidad Autónoma de Barranquilla (2012)
Primer lugar en el concurso de poesía "Sí, el poeta eres tú" de la Universidad del Atlántico (2014)
Menciones de Honor en el Primer Concurso Nacional de Poesía CUC (1999) y el VI Concurso Nacional Metropolitano de Poesía (2001,2002)
Persistencia del perdido
Quizá hoy no pueda asirla con sus manos,
quizá tampoco mañana;
pero la persistencia le impide hallarse
en los campos del derrotado.
Toda línea que dibuja la ciudad la convoca,
todo cuanto se halla en él,
la voz de quien se encuentra a su lado,
la risa y el llanto de quien aún desconoce.
Detiene los pasos en la esquina y cierra los ojos.
Parece como si ya no buscara nada,
mas navega en sí mismo.
Toda mirada constituye un viaje,
una travesía;
todo movimiento la búsqueda del tesoro.
En cualquier parte se halla e incluso así se esconde.
Inesperadamente,
a veces,
aparece e intenta atraparla como pueda,
con cualquier espada que derramada
extienda su cálida sangre sobre la sola,
la triste tierra.
Hay días,
meses
en los que camina y la pierde
sabiendo que se encuentra allí,
en todas partes,
que son sus ojos los que no pueden verla.
A su favor no tiene más que la persistencia.
A una sola victoria aspira:
ser el vencido
en cada encuentro.
Didáctica del padre
Enséñale, padre, a tu hijo,
que no hay mujeres santas,
solo que a veces sus ojos
lo cubren para que no tenga frío.
Dile que habrá días en que sus bocas
desplegarán los pájaros del cielo
porque ellas mismas en cielo se han constituido.
Hay en la piel de la mujer
un país que conduce al escándalo del fuego,
a la serenidad de la lluvia.
En sus dedos galopa sediento el amor.
A la mujer la corona la ternura
(la belleza tiene sus propios cantos).
Enséñale, padre, a tu hijo,
que no hay mujeres putas,
solo que a veces sus vientres
cumplen el papel de las manos y se tornan generosos.
Dile que hay en sus cabellos
una estrella que recuerda la inocencia.
Incluso la caída más baja obedece al amor.
No por hallarse el árbol tendido deja de ser bello.
En toda voz cansada habla una voz que llovió la tierra.
Enséñale, padre, a tu hijo,
que en una mujer se hallan todas.
La mano que bendice, acaricia;
la voz que arrulla, besa.
También la madre ha sido amante.
Luz de ciego
Ignora la transparencia del agua empozada tras la lluvia.
Sabe que es bella pero su mano no logra el verso.
Algo de sí debe quedarse en el estanque.
La fuente de sus ojos recrea el fuego,
el cielo y el infierno donde pastan las cabras.
Todo y nada es el mundo si no lo escribe.
Evita ser ciego y la mañana lo deslumbra.
La albura propone oscuridad.
Las manos han de saber manejarla,
domesticarla,
aunque al fin sea ella quien funde ciudades.
Sabe que el verso se halla en el cirio derramado.
Le corresponde a él construir el reino.
Sus torpes manos no lo logran.
Cuando cruza un río es el río quien lo transita.
Se define a través del espejo.
A él debe la derrota merecida.
Busca inútilmente una lámpara rota,
cegadora de luz al mediodía.
Quizá el poema yace bajo la piedra
o en las cien patas del ciempiés
y no necesariamente en el agua clara que bebe.
El verso más hermoso lo ha escrito
sobre el hueso de unas caderas.
Habla el perdido a los muertos del patio
Hay en el patio del perdido todos sus muertos:
el que cerraba de seguido sus ojos para ver mejor el
mundo,
el que tuvo un hijo tan hermoso que nunca muere
del todo,
el que ríe desde su sangre más íntima,
el que purifica el agua y lava las manos.
Hay en el corazón del perdido todas las muertes
posibles:
la del amigo bajo la cruz del semáforo,
la de la niña en la ventana,
la del vino derramado en el sueño;
las no contadas,
las no encontradas.
¿Qué hace el perdido si sabe
que es el único que no muere,
el único que queda para recoger la sangre?
¿Cabrán todos sus muertos en el poema que ahora
escribe?
¿Cabrán sus recuerdos y esperanzas?
¿En que ríos buscará el perdido sus dolores?
¿A qué amigos contará sus penas?
Habla el perdido a los muertos del patio.
Le avergüenza haberlos sobrevivido,
razón por la que decide
cantar un poco.
Geografía del cielo y del infierno
¿Dónde el cielo,
dónde el infierno?
Acaso se hallen en el mismo lugar
donde el río levanta su brazo
y desde la nostalgia
dice adiós a la tarde derramada,
o en el sitio donde se descubre
que el amor es un niño
vestido de aquello que se ama.
Cielo e infierno se juntan.
Ambos constituyen la geografía
en la que el poema ata y desata su lluvia.
Hay unos ojos grandes,
infinitos,
de los que brota la claridad que en el mar siembran
las olas.
Hay unos pies que despiertan suaves
la hierba que duerme la mañana.
El cielo se construye con los restos del sueño derrotado.
El cielo lo constituye el espejo quebrado del agua.
Hay en el infierno una claridad que recuerda el cielo.
Hay en el cielo una sombra en la piedra que recuerda.
Nada sobra en la geografía que se delinea a cada paso.
En todo crepúsculo yace el sueño de la aurora.
El niño conoce la madrugada por dentro.
Hay en ella astros que fueron,
astros que llegan.
Toda caída sueña el sol que se levanta.
Agua mayor
Si buscas el pájaro más alto
indaga en tu corazón,
restriega en tus pensamientos.
El cielo no es más que una vieja canoa
transitando apacible el Sinú
o la tribu de cangrejos que entre el estiércol
funda los reinos de Caño Lobo.
La gracia de la mujer no se halla en su falda
ni en la dulce caricia que puebla tus noches,
sino en la forma de perfumar tu corazón,
de engendrar en tu piel
el río que navegaste en la infancia.
Cuando un hombre sufre recuerda que,
si tiene suerte,
allí están las palabras para nombrar su angustia,
para no atragantarse con la fruta amarga que se le ofrece;
pero también está el silencio,
antigua forma de decir ausencia,
de decir dolor,
abandono y soledad.
La vida es tan breve que no sabemos
cuánto duran sus cuchillos,
la plenitud del toronjil.Bueno el empedrado si lo acompaña
la palabra de un amigo,
el transparente incendio del vino.
La boca construye sus propios versos.
La gracia de toda mano radica en lo que teje,
en lo que acaricia.
La gracia de todo pensamiento se sustenta en la bondad.
Nada vale el corazón que no sangra.
Todo ojo puede ver, contemplar,
aun si está cerrado,
aun si es ciego.
Lo contemplado te contempla.
Nunca acaricies una mujer sin darte cuenta
y mucho menos sin que ella, como dormida,
lo perciba.
Triste placer aquel que no se regocija en sí mismo.
Toda agua transparente ha de hablar de ti,
de la piel de tu mujer,
de los ojos grandes de tu madre.
Si hallas el paraíso, disfrútalo;
quizá no dure más que un día.
Si tu pie pisa el infierno, no maldigas:
el infierno ha producido buenos versos.
Nadie que conozca el mar vuelve a ser el mismo.
Dichoso tú que aún pequeño conociste
un mar y cuatro ríos.
El mayor de todos comienza en tus pies.
Roberto Núñez Pérez
Relación del perdido
Ediciones Exilio
Bogotá-Santa Marta
2013
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