Carcajadas de lo ruin
Desdicha en la dicha,
atrocidad de la tragedia
que recita y redobla
una provocativa apuesta.
Dicha en la desdicha,
regocijo blasfemo
de todas las reyertas,
que no conciben el instinto religioso
de los ardores báquicos
de la sagrada tensión.
Se aprisiona al héroe trágico
hacia el recinto del despojo
y del olvido de la felicidad,
se hacen proclamas
que remiten al ocaso tosco.
Desdicha en la moralina
de aquellos mentores del valor,
que fomentan el credo del merito
en detrimento de la comprensión.
Dicha en el racionalismo sacro
de nobles sacerdotes
que han adorado a la razón;
¿cuántos mártires paganos han bebido
de su aflicción?
La mnemosine del circo itinerante
para los emperadores del fragor.
Se aprisiona al héroe báquico
hacia los confines de la ambición,
¡Qué deseo más pleno!
que el retorno a la ruindad
del conflicto axiológico del dolor.
Desdicha en la dicha
sagacidad de la tragedia,
que aúna en sus contornos
la efigie del sin sabor.
Hoy son eternos los ciclos del odio,
mañana serán los del amor,
lo perverso es el engaño
y no la autenticidad de lo trágico
cuando recita con pletórica constancia
las carcajadas del pavor.
La hechicera
De la venganza de su hechizo,
al linaje de su dolor,
se envenena su oficio
tras la constante persecución.
Ha de ser su compañero
el amante de una traición,
cobijando con su piedad
la daga de la humillación.
¿Es justicia o desmesura?
He aquí la cuestión.
El ardid de una impostura
al servicio de una pasión.
El vellocino del odio
trasmuta la pesadumbre de la ira,
y copiosas angustias
conforman la ponzoña
de una desventura.
Medea es ante todo una hechicera,
extranjera de sus destinos
y gitana de sus reyertas.
Nos aflige el desenlace
de una brutal decisión,
el embrujo del desaire
hacia la inocencia y la desolación.
Epítome de la melancolía
Tras el epítome de las sombras,
juegan victoriosas
las borrosas palabras de la congoja.
Se trata de aquel compendio
que aúna con intensidad
los dolores humanos.
Y así, con la menesterosidad
se reinventa el ingenio,
al tener que condensar
la cepa del fermento.
Aquel epítome de la melancolía
resulta del mosto de la aflicción,
y después de mil extractos
se conjuga el vino con el ardor.
Para olvidar con sentencias siderales
la bruma del sufrimiento
y sus avatares.
Para calmar a la pena jugosa
y así jugar con paradojas
sintiendo el frenesí de quien emite discursos.
Y a los cien días
cobija en su alma
la maravillosa desdicha del epítome.
Tomar de las desgracias
el meollo de su sustancia,
cantar con vehemencia
mil odas sedientas;
y sentir la repetición de la vida
antes de proferir las muletillas.
Maximiliano Hünicken Segura
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