Nostalgias
Hoy he vuelto a lo que fue mi casa
pero no pude entrar.
Está llena de recuerdos.
A las puertas está mi país,
mi ciudad, mi pueblo, mi vida, mi mundo
sin poderlo habitar.
Ya no me pertenecen.
Corceles ajenos
A Abián Lázaro
Si por descuido pisas mi muerte, no temas, sólo son ruinas.
Prefiere las opciones de los sentidos,
los silencios que tanto cobijé.
Ya lo ves, he sido poco, como nadie es suficiente
sólo un aleteo del sueño antes de volverse pesadilla.
Si por descuido pisas mi muerte, es porque huyes
de los arcángeles que amagan el alma.
Son sólo eso, corceles ajenos.
Pronuncia quizás mi mejor mediocre poema
para que no muera como el dueño.
Serás el faro que alumbra a las golondrinas.
Si por descuido pisas mi muerte, no me abandones.
Recorre las calles que tanto deseé
y vuelve a las que transitaba sin remedio
para acariciar el mar y la brisa de un gato,
porque he sufrido y amado en tu nombre.
Y si por una de esas casualidades te olvidas de mi vida
no pises mi muerte.
La balada del estrecho
No hay que estar demente para tirar los hijos al mar.
Esas alas de criatura, pobrecitos,
barcos que van y vuelven y van
y extravían en círculos la espera
sin saberse libres de cautividad.
Nadie comprende el sacrificio de vivir
con las trampas intactas
y levantarse donde los pinos
inventan su mito y la música vieja.
De amigos que se ocultan y se privan
y alguna vez recuerdan
dónde removimos luces sedientas.
Historias de antes, de siempre
de pequeños, de toda una vida.
Ahora que ya no quedan refugios,
ni insectos jugando a las escondidas.
Levanto la mano derecha sin pedir la palabra
para romper el dolor del hombre y hacerlo mío.
Tal vez haya algo, pero nunca sabremos
cómo será el fin del eterno cielo
sobre un pueblo, gramo de simiente,
ripio cansado de esperar.
Somos el sonido de las aguas acumuladas
donde entona una balada a lo lejos
las maneras de estrechar otros cuerpos.
Y ofrendamos nombres a los náufragos cotidianos
tan frágiles para que suenen sobre todas las cosas
perdidos entre los pasos de nuestro tiempo
sin el ángel de la tregua.
El limite atemoriza por este estrecho interminable
y enloquece algo la historia
hasta el fin de los exilios.
Marilyn
Yo, Thomas Noguchi, médico forense
cotizado por gladiadores del Universo
ante este semidiós de la mitología contemporánea
desnuda sobre una mesa fría común a todos los muertos
declaro:
Norma Jean Baker. Treinta y seis años
ciento diecisiete libras
con estómago limpio de barbitúricos
y útero tamaño natural sin temores
amado desde los nueve años
por un padrastro innoble
hasta el presidenta más poderoso
por supuesto nombrado y respetable John F. Kennedy
precipitada a la confianza
burlando vértigos y lluvias
ingenua, cosmetómana, narcisista
torpe frente a la soledad
indisciplinada y maravillosa
perdida en alguna grieta bastarda
ebria de autógrafos y tranquilizantes
con casi kilogramo y medio de cerebro
pulmón derecho pesando cuatrocientos sesenta y cinco gramos
y corazón deseado por millones de hombres
tuvo de todo, menos la vida.
Ella que soñó reinar desnuda
entre aplausos en alguna iglesia
hoy soy su público
y la poseo sin fotógrafos.
Declaro:
Caso forense No. 81128
fue asesinada
por sus fieles admiradores.
Apaguen reflectores. Ha muerto la reina.
Imagen tomada de la internet
Juan Calero Rodriguez
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