Confesión sinuosa
Abocados al mundo, desnudos,
somos Adán y somos Eva,
con un enjambre de palabras que posar
sobre las flores de la realidad.
Desnudos, anclados en los pies,
raíz de los hombres, damos nombre
a lo que existe, a los animales y a las cosas,
en inauguración siempre eterna.
A riesgo de parecer enamorado,
te nombro con una palabra modesta
e insulsa, como el amor que de mí
hacia ti brota.
Repito, no estoy enamorado y
te nombro: Universo.
Somos arcilla, viento
Hundido en un lecho de lodo,
tu aliento me da un alma,
y entonces, vuelto hombre, salgo
a enfrentar el día desde la arcilla.
Y hoy tengo la sensibilidad dispuesta
a las espinas,
hoy, después de ti, sé que habito
un Universo.
No importa la lluvia
sobre el barro bípedo que soy,
lo intenso de estar vivo me arrebata,
eres la mano tendida que me libra,
por ahora,
del abismo.
Viniste a mí, con voz tenue, de violín,
a decir a mis oídos "éste es mi nombre,
mucho gusto, soy tu alma".
Y yo, vencido, desarmado,
respondí: "mucho gusto, éste es mi nombre,
soy tu cuerpo".
Hoy tengo miedo de encontrarte,
hoy me puede matar esa hermosura.
Para leer en medio del apocalipsis
En medio de la ceniza de la Vida,
el último hombre caminará en silencio
entre las ruinas del mundo,
como una flor que agoniza en el desierto.
En medio del cielo nublado, habrá una última lluvia,
y el Universo sacará a pasear todos sus truenos.
En medio de la última desolación, luego del diluvio,
el último hombre busca a una última mujer
y no la encuentra,
laberinto de adanes y de evas.
Muchedumbre de pájaros y estrellas
velarán el cadáver del último Universo,
y ese último hombre será su última ventana,
su ojo tuerto y su palabra vana,
y dará un alarido cuyo eco infinito
llegará a los oídos de la Nada,
y nuestras penas serán devoradas
por agujeros negros y de olvido,
y eso que tu cuerpo siente,
de nombre amor o soledad,
se evapora, ya se evapora
como una lágrima en el par de ventanas
que nacen a tu rostro,
y el alba,
sin esperanzas,
el alba de siempre,
con su velo de bruma,
vendrá una vez más,
vana, nula,
con su ramo de flores
a buscar a los hombres
y entonces, en ese apocalipsis de silencios,
el Universo sacará su violín y lo pondrá a cantar,
ave doméstica,
y entonces, el alba llegará a tus ojos
y no te encontrará, y dirá:
Los hombres fueron tan sólo orgasmos del Ser,
apertura de parpados que tuvo el infinito.
Julián Badillo
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