¿Qué somos sin alma, qué nos queda?
Comparto poemas de el libro No es prudente recibir caballos de madera de parte de un griego.
Bienvenido Poeta Juan Manuel Roca a Claroscuro.
No es prudente recibir caballos de madera de parte de un griego
(selección de poemas)
El extraño caso del cuerpo
Mi cuerpo, como en una novela negra, me persigue. Donde voy, va conmigo. Mide sus pasos en mis pasos, casa su sombra con la mía. Para sorprenderme acude a los viejos manuales del sigilo. Me espía agazapado oculto en el cuello de su gabardina, sigue los viejos moldes policiales, desde esconderse tras un periódico hasta ponerme como señuelo una espigada pelirroja. Una noche me lo encuentro a boca de jarro al doblar una esquina y me resulta imperioso saludarlo como a un viejo conocido. Debo aceptar que me siga a todas partes.
Suena la campana
Dios me tiene al borde del nocaut, me golpea como a un mal sparring de barriada. Desde el primer round Dios me dice dulcemente "Ahí le va mi golpe de gracia, intente si puede esquivar mis bendiciones" y en verdad me apalea como a un Cristo que levanta sus brazos escuálidos al cielo. Como el guantazo que le dio a Saulo en el camino de Damasco. Si tuviera toalla la arrojaría al cuadrilátero o al menos me limpiaría el sudor y la sangre, pero la perdí al levantarla como bandera del último naufragio. Dios se aprovecha de mi aturdimiento y no para de azotarme. El demonio me tiene al borde del nocaut, me da con un balde en la cabeza cuando suena la campana, me martilla el higado una y mil veces, me pisa la sombra que queda inmóvil y no sigue el pesado balanceo de mi cuerpo, me acorrala y zarandea como a un muñeco de trapo, bailotea como un derviche y lanza un aguacero de golpes a mi costillar. Un público vestido de frac lo aplaude con furor, le lanza besos de azufre y labios de mujer. El demonio no para de decirme: "póngase en guardia, bastardo, ahí le va el jab del infierno con el que aplasto las mañanitas de Dios". En el camerino, vuelto trizas, pienso que debo volver a casa y cancelar mis altos estudios en teología.
Postal amarga de un domingo en el parque
Mientras leo en una banca del parque un libro de poemas de Marina Tsvetáyeva, un grupo neonazi cruza trotando. Levantan sus brazos para saludar un caudillo invisible como los perros levantan una pata para orinar los hidrantes. Alzan sus brazos necrosados y envilecen el aire. Ya lejos, aún se oyen sus gritos y pujidos y yo vuelvo con una mezcla de enojo y de asco a una línea del libro: "días como babosas que se arrastran".
Parque nacional, Bogotá, domingo 12 de agosto de 2012
Corresponsal del viento
Traigo leves noticias del viento, un incansable estibador desobediente, apátrida como el sueño. Viudo de sí, el viento no se soborna a sí mismo con la promesa de un hogar y por eso es un eterno peregrino. El viento me visita en la noche del abatimiento y es como si me dijera que el pesimismo hay que dejarlo para mejores días. Yo le agradezco que me traiga vagas noticias del mundo, que agite en mis cortinas la bandera de lo incierto, un pendón fantasma que gualdrapea en mi ventana. Con su olor de lavanda y el tintineo de vasos en los anaqueles, parece decirme que es rojo el beso de la uva. El viento entra por mi ventana y se va de casa dando un portazo, corredor de fondo que se persigue a sí mismo. A veces se da aire de niño malcriado y aldeano y hace volar por la explanada mi sombrero de fieltro, como si me acusara de no tener una mejor cabeza, una testa menos triste y perturbada. Algunas noches se entretiene levantando la falda de las vírgenes necias que cuelgan en los tendidos su ropa blanca, antes de seguir el azar de su camino. También lo he visto golpeando las vallas en la autopísta, los grandes lienzos que invitan a un jardín de muertos de gala o a un viaje por las islas del caribe. Traigo razones del viento: ya no rapta doncellas pero no deja de ser un viejo ladrón de lejanías. Un inspector de vientos me enseñó que ellos se cabestrean a sí mismos, que recorren el mundo y le dan manivela al oleaje, pero nunca se ocupan de traer ruidosas noticias de la guerra. Yo, un aprendiz de molinero, un simple corresponsal del viento, le abro el balcón al gran señor de los viajes inciertos. Conozco su condición de migrante sin pasaporte, de polizón de sí mismo, de impaciente. Reconozco sus cabriolas de bailarín en un tablado de hojas secas, su percusión de latas vacías en la terraza, su visita fugaz de empecinado tragaleguas. Ni siquiera las viejas estatuas de Europa,descalabradas por la locura del tiempo, lo amortajan.
Del carnet de un condenado
En mi país la guerra siempre viene después de la posguerra, eternamente. No se si la noche viene primero que el día desde que algún dios burlón inauguró la vida. No se si mi país es un viejo dragón que se muerde la cola, si la sombra de Sísifo preside la ceremonia mientras la gran piedra cae, una y más veces sin descanso. Desde mi celda respiro su aire y me niego a cantar en la coral exultante, renuncio a ser corista en el carromato de ciegos que cruza la noche cantando hacia el abismo. Una marejada de aplausos recorre los teatros y los grandes salones de mi país. donde siempre viene la guerra después de la posguerra, eternamente.
Para Luis Aguilera
Juan Manuel Roca