Los versos de Pedro me remontan a su tierra; sus acentos, su paisaje, los cielos que la cubren. Sus versos me hablan con picardía y nostalgia. Veo en ellos la paciencia de quien cultiva las palabras, las riega, las poda. Sus versos, palabra por palabra en su sitio, en su orden, con su propio peso, llenan el aire de poesía.
Bienvenido estimado amigo Pedro al Claroscuro.
* ¿Quién es Pedro Crespo Refoyo?
Un perfecto Donnadie, una nadería. Así me considero. Permítaseme, con el fin de explicar lo anterior, que me ampare en una anacronía analéptica. En mi epitafio, además de un riguroso y simple Hic iacet petrus. Poeta y profesor se añadirá: La vida le dio cartas, pero no supo jugarlas. De momento, entre las dos fechas que limitan una biografía, solo tengo la primera: Zamora, 1955.
Estudié como interno en un Seminario toresano (Zamora), me licencié por la Universidad de Salamanca, doctorándome después en Filología hispánica en la U.N.E.D., donde más me he cultivado y madurado en toda mi vida, entre el lustro 1987-1992. Soy profesor titular de Lengua y Literatura de Enseñanza Secundaria, profesión que amo tanto como a la propia Literatura: enseñándola y cultivándola. Resido en Madrid.
Como creador reconozco que no “jugué mis cartas". He publicado varios artículos de crítica literaria en revistas especializadas sobre la obra lírica del gran poeta español del siglo XX, Claudio Rodríguez, destacando uno, en el que se analiza, hermenéutica, exegéticamente un poema del último libro del autor: Casi una leyenda (1991), de su última sección, cuyo título es “Solvet seclum", (1992) tan poco citado como no superado por la crítica experta en el poeta. En él se dice que “acaso ese sea el último libro del autor", realidad que se avaló con la muerte del poeta en 1999. También he estudiado la figura del poeta medieval conocido como el Arcediano de Toro, que floresçió hacia finales del siglo XIV. Y pertenece al Cancionero de Baena, obra base de mi tesis doctoral, Amor, muerte y religión en el Cancionero de Baena (Una aproximación al análisis temático), Madrid, UNED, marzo, 1993. He publicado una novela metafictiva, El cuaderno de los cuadernos, (Caligrama,2015, 2.ª ed, 2018), así como una compilación de literatura folklórica zamorana, con transcripción de etnotextos y su estudio pertinente, anotado y justificado en el folklore universal, Cuentos, canciones, creencias, trabalenguas y otros textos de Sayago (2016, agotada). Y, pese a llevar más de medio siglo escribiendo poesía, solo he dado a los tórculos recientemente una obra poética: Te despiden mis ojos. Colección de 101 HAIKUS, (Azur, diciembre, 2018; 2ª ed., marzo, 2019).
* ¿Cuál es tu definición de poesía?
La poesía es la esencia de la literatura. El género por antonomasia, creado para ser bebido a sorbos, tan lentos como paladeados, por un lector avezado; un lector competente, refinado y culto, erudito; un lector capaz de recrear en su mente lo que se dice y sugiere en el poema.
Frente a la épica y sus derivados vulgares, como la novela, el cuento (popular o culto), el microrrelato u otros sucedáneos, así como el drama, que viene a ser, grosso modo, una historia contada por unos personajes en vivo, ante nuestros ojos y sentidos; frente a estos géneros épicos (escritos o representados, tras haber sido escritos o improvisados, cantados, bailados …) la poesía se eleva en un pedestal de lo sublime. Y deviene sentimiento. La poesía lírica es, ante todo, belleza, música, ritmo, éxtasis y reflexión, meditación; de ahí que comulgue con la filosofía, por un lado, y con la profecía, por el otro. La poesía lírica -cuando es auténtica, magna- alberga en su seno algo de misterio, de sacro y de inefable. Dicho de otro modo: donde no llega la conciencia, se instaura la poesía. Por eso los grandes poetas son indescifrables, herméticos y polisémicos: pongamos un Rainer Maria Rilke, el poeta, un T. S. Eliot, Kavafis, Pessoa… Un Petrarca, o un Pierre de Ronsard; por no añadir a W. Shakespeare… Un Quevedo, un Góngora o un Lorca.
* ¿Cómo fue tu primer encuentro con la poesía?
No sé, no sabría responder a esta pregunta. De igual modo que no sé decir cómo fue mi encuentro con la vida, con la existencia; o, en el mejor de los casos, cómo fue mi sensación de romper a caminar en vertical, en lugar de a cuatro patas, de gatas. No tengo noticia de ello… ¿Es poesía el gorjeo de los gorriones una mañana estival?, ¿es poesía una pradera esmaltada de margaritas o violetas? En fin, ¿es poesía la imagen de una madre amamantando a su criatura?
* ¿Por qué creer en ella?
En la poesía no se cree: la poesía se crea. Se es poeta o no se es. Existe la poesía o no existe. No es cuestión de creencia o de fe. Es un acto: de lectura o de creación; incluso de pensamiento. Iré aun más lejos: la poesía existe pese a nosotros, los humanos. Somos nosotros quienes estamos ciegos ante la poesía. Tiene poesía el silencio de una rúa castellana o gallega a media noche, reflejando nuestros pasos en la soledad nocturna; tiene poesía esa pareja de nonagenarios que son báculos el uno del otro en su lento caminar; tiene poesía el canoro lamento de un mirlo a la caída de la tarde, entre dos luces; poesía tiene esa mirada que se prende en tus ojos y vibra, como la cuerda de un instrumento sonoro; en fin, poesía tiene…
En la poesía no se cree, se vive en ella, se habita…
* ¿A dónde te ha llevado?
La poesía me ha llevado a la vida. Y la vida me ha llevado a la poesía. Todo es poesía. Una clase didáctica vívida, una clase en la que profesor, alumnado y materia son unidad, y no TRINIDAD, es poesía clamorosa: es misticismo, éxtasis terrenal. Yo he sentido estos estados de enajenación: estados inefables, donde el tiempo no existía ni existía el espacio: todo era emoción, sentimiento, materia en vilo. Y, en éstas… ¡Sonar el timbre! Y algunas voces señalando, ¡¿pero ya…?! Eso es poesía. Ahí; a ese altísimo, elevado estado, a ese lugar no geográfico, no material ni empírico, me ha llevado a mí la poesía. A vivirla, a revivirla y a tratar de comunicarla, de sembrarla en las mentes ajenas.
* ¿Qué poetas han influido tu voz?
He de aclarar aquí, en primer lugar, que entiendo por poeta a todo creador, por ceñirme al término etimológicamente. Esto es: ya sea escritor en prosa o en verso propiamente dicho. Que algunos, no se olvide, lo son en ambas vertientes, por no decir todos. Piénsese en un Rubén Darío, J. L. Borges, un Octavio Paz, un Miguel de Unamuno, un A. Machado, un Juan Ramón Jiménez, un Valle-Inclán, entre otro muchos. Me han influido prosistas de la talla de Pérez Galdós, de Clarín, de C. J. Cela, Francisco Umbral… Y el lenguaje popular con sus giros castizos y sus arcaísmos. En puridad, amo lo erudito, lo remoto y lo tradicional a partes iguales. Mi voz bebe de esas tres fuentes encauzadas por una sola acequia: mi caletre.
Pero de puestos a elegir, de entre la poesía, destaco los primeros vagidos de nuestra lírica: las jarchas. Y a Berceo y al Arcipreste de Hita. A Jorge Manrique, el más grave poeta elegíaco que los siglos conocen. Al toledano renacentista, caballero y humanista, Garcilaso de la Vega, que trajo el soneto a muestras letras; San Juan de la Cruz o la Santa de Ávila. Góngora y Quevedo, ya citados, los más grandes. Y, ya en el siglo XX, además de los citados, un Dámaso Alonso y un Gerardo Diego, jamás un Lorca, por pegadizo y personal. Y la poesía tradicional o de los villanos, llamada, por ello, villancico: tan breve como intensa y pinturera. Muy emparentada, por cierto, con los haikus, según observo claramente.
* ¿Con qué palabra te identificas?
Me identifico con tres palabras: las únicas que forman el todo del mundo, de la vida, de la evolución y la historia; esto es, amor, muerte y trascendencia. Esta última es acomodaticia y flexible, un comodín que cada ser humano se fabrica a su medida. El resto, notas a pie de página de cada una de la tríada esencial: motivos, variaciones, ramificaciones, atajos y circunloquios necesitados de la navaja de Ockham.
* ¿Cómo marcha la poesía en España?
Revuelta, muy revuelta, como un río en una riada; así va nuestra poesía en España. Ya no podemos hablar, como hace cuatro, tres décadas de tendencias, grupos; poesía de esto o de lo otro, en la que se agrupaban, como en pequeñas bandadas, unas aves canoras afines; no, hoy no. Aquello ha concluido. Hoy, por el contrario, podemos hablar de una poesía tan ecléctica como bravía y asilvestrada, campestre casi, sino fuera urbana en su esencia. Certero y justo, pudiera aplicársele el dicho popular de 《el buey suelto, bien se lame》. Cada quien va a lo suyo, huyendo del encasillamiento, por los bosques de un Narciso sudoroso o una ninfa Eco, remota, de voz entrecortada, pretendidamente única. ¿A qué dar nombres?
Hablan algunos críticos, en ese afán de poner puertas al campo, de acotar para el estudio y las páginas de revistas del ramo, conferencias, simposios o clases de literatura actual, de dos grandes grupos o tendencias -la dualidad nos persigue- sobresalientes: la denominada “poesía de la incertidumbre", cuyo marbete es tan vago como “incierto"; y la “poesía del neobarroquismo". A ellos podíamos agregar nosotros la poesía hermética, metafísica de un filósofo como Luis Tamarit o la más arriesgada y de denuncia como la de Alejandro Céspedes. Pero si yo tuviese que dar dos nombres señeros y con voz propia y una poética manifiesta y sostenida serían, pese a ser antagónicos, la de Eloy Sánchez Rosillo y la de Juan Carlos Mestre.
Y, frente a esto, el ruido más que las nueces.
Por no hablar de una pseudpoesía de baja estofa, tan prosaica como chabacana y rijosa, que no se atiene a nada ni nada dice. Versos cortados a machetazos o a tijeratazos a tutiplén: al libre arbitrio de cada autor: ora uno de diecisiete sílabas, ora un pentasílabo, más allá un eneasílabo aleatorio, a lo como quiera. Sin coherencia en el lenguaje; un lenguaje grisáceo y sucio, salpicado de palabras burdas y malsonantes. Carente de metáforas y cualquier otra figura retórica. La puerilización del verso.
* ¿Qué opinas de las redes sociales y la poesía?
Salvo raras, contadísimas ocasiones, es una poesía doméstica, desgreñada, sin aseo, deslavazada y mugrosa; sin maquillaje y con legañas. Una especie de onanismo mental: en el más amplio sentido genérico de la palabra. Ese cierto anonimato, esa distancia que ofrecen las redes sociales contribuye a la perversión del lenguaje, a su vulgarización, a no saber distinguir el grano de la paja. En suma: a pensar que un texto verticalizado, sin ocupar los márgenes de la prosa, ya es un poema. Hoy, por seguir con lo castizo, hasta los gatos gastan zapatos, o cualquier carpintero hace un reloj suizo. Uno siente a veces que se le desgarran sus poderosas carnes gramaticales y sensibles, ante poemas pueriles, tópicos y adocenados.
Sí he de señalar, en cambio, que los mejores, los más poderosos en sensualidad y fuerza tropical y anímica y emotiva vienen de la poesía hispanoamericana. En ellos se mezcla la metáfora intuitiva con el superrealismo más inaudito, más inverosímil y, por ende, auténtico. Algunos y algunas amigas de quien escribe. Por pudor, y no olvidarme de otros, no doy nombres: ellos lo saben. Es una poesía del vértigo, de la sorpresa en cada verso, de una explosión radiante: de luz frutal, solar, telúrica y erótica sublimada. Sin duda, justo es reconocerlo, con más fuerza que la española. Se nota en ellos el clima, la geografía, la fuerza desbocada de la naturaleza. En ellos siento, vagamente, a un Rubén Darío, padre de la poesía moderna; un César Vallejo o un Pablo Neruda; menos un Octavio Paz, por su carácter intelectual. Mas solo un defecto les une: frente a sus antecesores y maestros dorados, excelsos; no dominan, como aquellos, la forma, la métrica. La poesía cojea, degenera, como el mundo, un tanto. Formalmente pierde pie, se escora, como una nave que hace agua.
* ¿Hacia dónde va la poesía?
Como gran pesimista que soy, no me queda más remedio que apuntar que se dirige, DERECHITA, al precipicio; salvo que se enmienden las formas, como quedó dicho más arriba. La poesía, conviene subrayarlo, no solo es sentimiento. La poesía es, sobre todas las cosas, arte: literatura: y la literatura es una manifestación artística, lúdica, estética del lenguaje: la realizada por la función poética, por decirlo con el maestro ruso Roman Jakobson. Esto se está olvidando. Se olvida aquel gran paradigma: “Lo que se dice es tan importante como el cómo lo dice". O, peor aun, se ignora por completo. Y como arte, está sometida a unas normas: como las bellas artes: el arte pictórico, la escultura, el dibujo, la cerámica, etc. Incluso nuevas propuestas artísticas, como el ready-made, obedecen a unas normas y características para ser tales artes, como el musical, la danza, el teatro y la propia literatura, que es lo que es, en puridad. Lo demás, sería desafinar, tocar de oído y pésimamente… Pintura naif. Poesía naif. Conviene recordarlo, si no queremos caer en la vacuidad. No todo vale ni todo es arte. Solo quien conoce y domina las normas es capaz de transgredirlas. Todo viene de la tradición: y este hilo milenario de la Antigüedad clásica y remota no puede ser cortado como un nudo gordiano: sin ton ni son, por las bravas.
Todo con mesura. Nada en exceso: recordemos la máxima délfica apolínea. Lo que no se opone, por cierto, a lo dionisíaco. Lo uno sin lo otro, deviene frialdad, normativa insulsa, oscuro rigor.
POEMAS DE PEDRO CRESPO REFOYO
1
Rozar la cúrcuma
de tus labios sería
ganar la rosa.
2
Mujer que pasas,
melena al suave viento,
fragancias dejas.
3
El claror neto
del alba se parece
a tu abandono.
4
Tu manto azul
oscuro, noche en calma,
¿quién te lo borda?
5
Tú, como el éter,
eres la quintaesencia
de mi existir.
CANTARES, COPLAS Y SUSPIROS
A
Se va gastando mi vida
entre licores y penas;
corra sangre o corra fuego,
ya no sé si son mis venas.
B
Está la noche calmada
bajo la luna canela:
y a mi vera tú reposas
como una muñeca quieta.
C
Que en tus ojos bien lo leo:
ya no me quieres, mujer;
que son las letras muy gordas,
cuando tratan del querer.
D
No puedo mirar tus labios
sin que se seque mi boca:
que cada vez que los abres,
ay, mi alma se vuelve loca.
E
Con las estrellas del cielo
quiero hacerte una diadema,
para que todos conozcan
qué mujer es mi cadena.
OTROS POEMAS
PORQUE IGNORO
Nunca supe que una lumbre encendida
tuviera otro misterio
que dar calor a los pucheros
convirtiendo las brasas en ceniza.
Ni supe tampoco que de los árboles
podados en invierno
fuera el fruto más tierno
o que en ellos anidaran pardales
con más tino que trino
para no quedarse en pañales.
Algunos no sabemos
si las flores vienen del aire
o es la tierra quien las lleva en su vientre,
lo mismo que una liebre.
Tampoco sabré nunca
en qué consiste la belleza:
si en la simpleza
más perversa
o en preguntar sin ton ni son
cuántas son dos y dos;
mientras que, entre las nubes,
los montes azulean.
Mas todo puede resultar sencillo,
si digo que las brasas son la vida
mientras dura su brillo;
y cuando se convierten en ceniza
anuncian el lucillo.
Pero lo que nunca sabré,
por mucho que me empeñe,
será, si, tras el fugitivo mundo,
habrá un tranquilo y eterno trasmundo,
por más que bien despierto sueñe.
MI MADRE EN LAS ORILLAS
Urdimbre tosca de los días grises,
montón de huesos de la carne esquivos
y pieles en quejumbre sin motivos;
huera de voluntad para que sises
al tiempo algunas horas donde pises
con paso firme y los gestos altivos,
tú, a quien los actos todos son pasivos,
despreciando todo lo que precises.
Dime, madre, ¿qué se te hace este mundo
a ti, sin jeras por hacer, sin nada
que decir, con todo tan rotundo
en su clamor, tan hueca la mirada
y más que muerta la fe en el trasmundo,
si sabes ya que está la suerte echada?
LA CASA DE LA MUERTE
Entre estas cuatro tapias de pizarra
yacen muchos de mis antepasados:
y estoy por decir que ni están censados
ni cruces lucen que no son chatarra.
Aquí dentro solo crece la parra
bravía de los días despiadados,
y en verano, los grillos olvidados,
o, a mediodía, el canto de chicharra.
En este cementerio miserable
con una cruz caída en la fachada
de traza tan horrenda equiparable:
ni Dios detiene el paso a su mirada
ni tampoco arraiga árbol destacable,
pues de él hace la Muerte su morada.
DESPRECIO DE MUJER NO DESEADA
No he de acudir, por mucho que me llames,
risueña fuente, con tu chorro vivo;
de tu sonoroso rumor altivo
no haré acopio, por perlas que derrames.
Ni, aunque con ilusorias artes trames
enredarme con los versos que escribo,
no podrás detener lo que percibo
como una suerte de lazos infames.
Que nunca bebo en las aguas revueltas
lo mismo que el ciervo, que ama las claras
que fluyen ledas sobre guijas sueltas.
Olvida la esperanza en que te amparas,
que a mí no me ganan las más esbeltas
mujeres, ni aun jurando que me amaras.
Pedro Crespo Refoyo
Madrid, viernes 29 de marzo de 2019