Letanía
Tengo la imagen de una casa derrumbándose, de las paredes cayendo a la nada, como mis dedos, como estas manos a las que diariamente el aire les resta una parte.
Cuando salgo en las tardes, me ataca la nostalgia y me parece que fue ayer que el piano se desafinó. Camino hacia el parque de acacias, paso por la iglesia y algo se muere en mí cuando el cementerio se levanta.
Y veo que todo está hecho de polvo, de recuerdos destinados a la lejanía y yo soy eso; el comienzo del olvido. Sobre mí pesan las nubes de un cielo calcinado por la historia, sobre mí caen despojos de palabras dichas, de bocas escuchadas con anterioridad.
Si el silencio existiera ahora, no sería más que una excusa para hacerme hablar, para que cuente la vida de los que se miran al espejo sin saber de sí mismos.
Pienso que todo está dispuesto para mi caída, pero me detienen los sueños en el último peldaño, las promesas que brotan de la inocencia, los días que he dejado pasar por no tener un almanaque en la habitación.
Tener que rondar la soledad, tener que trazar los pasos antes de caminar, tener que vestirme para mi funeral, para ese remedo del adiós, me está causando una herida, una llaga que me condena al exilio en mi propio cuerpo.
Hipótesis de un olvido
Algún día olvidaré el camino
de vuelta a casa.
Tú esperarás con una taza de café
a que regrese.
Los niños andarán viendo la tele
o jugando como siempre.
Será una tarde triste:
pasarán horas y furgones por la calle,
vendedores y sórdidos policías.
Caerá una briza,
que más que lluvia será congoja.
Recordarás que no llevé sombrilla
y temerás por un futuro resfriado.
Será así, simplemente una espera,
una llamada al trabajo o a mi madre.
Preguntarás por mí sin hallar razón:
te dirán que ya me fui, que llevaba prisa,
que por el camino compré pan
y vino para la cena.
Esperarás entonces sin más,
harás como si no te preocupara mi ausencia,
llevarás los niños a la cama,
y lavarás la loza sucia mientras fumas
y escuchas la radio.
Ya tarde, cuando cierren la tienda,
y comience el noticiero,
te vendrá el llanto.
Llorarás pausadamente, con rabia,
hasta que te dé frío
y vayas por el suéter de lana que te regalé.
Entrarás al cuarto,
no encenderás la luz.
Te sentarás en el sillón
y mirarás la cama vacía,
las sábanas en perfecto orden,
el libro que dejé en la mesa junto a la lámpara.
Sabrás entonces que no volveré,
que me he perdido,
que no será solo una noche.
Te armarás de valor
y pensarás en cómo decirles a los niños,
en cómo explicarles que olvidé el camino,
que papi no regresará.
Será una larga madrugada para tí
yendo de aquí para allá por los pasillos,
mirando por la ventana la calle desolada,
el árbol de limones que crece en el jardín.
Cuando por fin te venza el sueño
y te quedes dormida en el sofá de la sala,
soñarás conmigo.
Me verás sin memoria,
recorriendo oscuras avenidas
por donde transita una multitud sin rostro.
Me verás buscando una ruta
en medio de la nada,
preguntando por ti en la niebla.
Luego, no sabrás más de mí,
todo se podrá azul en el sueño
y sentirás que alguien abre la puerta.
Te despertarás apresurada,
pensando que soy yo,
pensando que en realidad no estaba perdido,
que me había emborrachado con algún amigo,
pero que ya regresaba a casa.
Y no será así, yo no volveré.
Al levantarte, verás que es Katia,
nuestra puntual niñera,
que llega y te da los buenos días
antes de cerrar la puerta.
Eso sucederá alguna vez
cuando olvide el camino de vuelta a casa.
Pero no será hoy, tal vez mañana,
tal vez nunca.
Hoy regresaré a casa con pan francés
y vino chileno.
Comeremos juntos
mientras los niños duermen
y el gato persigue una mariposa nocturna.
En seguida, iremos a la cama:
tú te aplicarás crema de durazno en las piernas
o simplemente me mirarás mientras leo.
Después, cuando apaguemos la lámpara
y esté todo en silencio,
haremos el amor:
lo haremos como si en un pasado remoto
o en un futuro probable,
yo hubiera olvidado
el camino de vuelta a casa.
Tendido en el lecho
A Francisco Trejo, por la amistad
Que no venga el viento de antaño,
con su arista incansable,
a poblar las hendiduras,
a hacerse ruido con la respiración
que tienta a oscuras
las paredes de la estancia.
Que no traspase el hielo,
aterido en las ramas de los almendros,
ni trastoque la ráfaga herida,
entre hojas y cortezas,
esta honda postura en que yazgo.
Que todos olviden la ruta sinuosa,
a través de la maleza y los despeñaderos,
y no regrese el rumor de pasos
hasta mi puerta clausurada.
Que el turpial y el venado de montaña
perezca al beber del aljibe en el patio,
cuando la niebla se asiente
y sea de las horas un transitar desmedido.
Porque reclamo para mí el silencio,
la tranquilidad impuesta en los párpados,
esa urdimbre de sosiego
necesaria para los abandonados.
Quiero ya la justa ración de olvido,
que nadie repare en su memoria
los recuerdos o mi cuerpo menguado
por la violencia de tantos inviernos.
Exijo la soledad en este momento,
justo ahora que mi lecho está tendido
y la sangre mana sin premura.
Pero me permito una palabra más,
las sílabas desgranadas en mi pecho,
para decir que voy como agua:
brotando de la noche,
discurriendo sin orillas y marea,
para caer en el último sueño.
Ya no veré el vuelo de la grulla
ni el trasegar sonámbulo del jabalí,
tampoco asistiré al pregonar de la aurora,
con su tonada desleída,
en los juncos de la cañada.
Así, entre el humo y la ceguera,
entre rescoldo y ceniza,
me quedaré inerte, casi murmullo,
mientras mi cuerpo ahonda el silencio
y la voz en el alma recomienza.
Danny Yesid León
Me entusiasma este tipo de escritura, un síntoma de claridez en tiempos de penumbra.
ResponderBorrarGracias por compartir.
Es con mucho gusto mi estimado amigo. Vale la pena difundir la buena poesía.
ResponderBorrarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderBorrarMe gustó el primer poema Letanía. Más que construir imagenes, los versos invitan a la reflexión.
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