"Todas las ciencias tienen ahora la obligación de preparar el terreno para la futura tarea del filósofo, que es resolver el problema del valor, determinar la verdadera jerarquía de valores."
Friedrich Nietzsche
Nietzsche, El Crucificado.
Un viejo resabio decía que a Nietzsche había que crucificarlo. Y tal era el interés porque eso sucediera, que el arte lo imaginó crucificado, pero con su complicidad íntegra, y con los albores de su autenticidad entre gotas de tinta y esperanzas marchitas de entusiasmo. Crucificar a quien proclamó que Dios ha muerto, quien vaticinó el ocaso de la metafísica y su Platonismo pictórico. Crucificar al más sincero de los retóricos, al más leal de los irónicos. Crucificar al taciturno y eremita del lenguaje. Crucificar y seguir clavando en su mano izquierda aquellos clavos que significaron el río sagrado de una auténtica rebelión. Cuantos Prometeos estarán agradecidos por su intervención ecuménica, sobre el tema de la “verdad”, tu verdad, mi verdad, la Verdad con mayúsculas. ¿Quién es más sincero? El que dice verdades con mentiras, o quien profiere mentiras con razón suficiente. Así se encuentra Nietzsche ante su cruz, contento y cansado de ser citado, para demonizar al nihilismo, para darle un respiro a los modernos que cosificaron la historia de colosales relatos de inventos y registros. Cuánto pesa ese madero epistemológico, cuanto ardor producen las llagas de la nueva Gnoseología. ¡Nietzsche ya está clavado en su cruz! Y la vorágine de lo contingente no deja de darle voz, y protagonismo, después de cien años e infinitos lustros. Su lengua está seca, sus párpados hinchados, su mirada sigue intacta y penetrante, como aquellas piedras viejas que yacen incrustadas en el lodo eterno de la desesperación. Todavía su pulmón agita díscolas emociones. El pensamiento es una emoción que se debe sentir, con los nervios de la sangre, con las enfermedades del veneno. Para que no sea anquilosada la vida, el instinto de aquellos impromptus. Por ello, a Nietzsche le resta decirnos algo, y es relevante y molesto para quienes endulzaron sus oídos con sirenas de humo, y anestesiaron su vista con quimeras de miel. Esto que él quiere susurrarle al buitre que lo acompaña allá en las alturas, de su siesta sideral, de aquella ampulosa observación perspectivista de peso abismal consiste en abrirle los ojos a la misma cultura:
“En consecuencia debemos, desde luego, asentar una verdad, por cruel que parezca: que la cultura requiere necesariamente, esencialmente, la existencia de la esclavitud. Y esta es una verdad que no deja lugar a dudas, sobre el valor absoluto de la existencia. Es el buitre que roe las entrañas de todos los Prometeos de la cultura” °.
Allí radica su grandeza, la de buscar en su rumiar la genealogía de todo malestar cultural. Su cruz se hunde en la llanura de aquella sutil profundidad. Sus brazos están fortificados con el peso inercial de su estatura intelectual. Siempre existirán quienes quieran ver a Nietzsche Crucificado, porque no aceptaron la decrepitud de su presuntuosa razón, o porque cerraron los ojos ante lo que es evidente y sangra con su instinto metafísico sobre la superficie de una intempestiva voracidad. El pasado y el presente dilatan el futuro de esta cultura, en pos de una historia perpetua que muere a cada instante de espasmos, y que le recuerda a la academia, que la vida fluctúa belleza y hondura, allí donde la ciencia sacralizada tan sólo se conforma con un sonriente silogismo.
“En consecuencia debemos, desde luego, asentar una verdad, por cruel que parezca: que la cultura requiere necesariamente, esencialmente, la existencia de la esclavitud. Y esta es una verdad que no deja lugar a dudas, sobre el valor absoluto de la existencia. Es el buitre que roe las entrañas de todos los Prometeos de la cultura” °.
Allí radica su grandeza, la de buscar en su rumiar la genealogía de todo malestar cultural. Su cruz se hunde en la llanura de aquella sutil profundidad. Sus brazos están fortificados con el peso inercial de su estatura intelectual. Siempre existirán quienes quieran ver a Nietzsche Crucificado, porque no aceptaron la decrepitud de su presuntuosa razón, o porque cerraron los ojos ante lo que es evidente y sangra con su instinto metafísico sobre la superficie de una intempestiva voracidad. El pasado y el presente dilatan el futuro de esta cultura, en pos de una historia perpetua que muere a cada instante de espasmos, y que le recuerda a la academia, que la vida fluctúa belleza y hondura, allí donde la ciencia sacralizada tan sólo se conforma con un sonriente silogismo.
Maximiliano Hünicken Segura
05/08/2020
"Enturbian las aguas para que parezcan más profundas, así ha sido antes, y seguirá siéndolo."
Maximiliano Húnicken Segura, Argentina, 1978.
Estudió Nietzsche y Filosofía del Lenguaje y del arte en Universidad Católica Argentina (UCA) Profesor de filosofía. Hace su tesis sobre Nietzsche y las segundas intempestivas.
Artista plástico no convencional. Dibujante en paint mouse.
Poemas y Ensayos suyos se publican en las redes sociales.
Maximiliano Húnicken Segura, Argentina, 1978.
Estudió Nietzsche y Filosofía del Lenguaje y del arte en Universidad Católica Argentina (UCA) Profesor de filosofía. Hace su tesis sobre Nietzsche y las segundas intempestivas.
Artista plástico no convencional. Dibujante en paint mouse.
Poemas y Ensayos suyos se publican en las redes sociales.
Muy bueno, Maxi. Es como que un autor tan inmenso como Nietzsche, nos quedó demasiado grande para siquiera tocarlo. Nadie crucifica a Nietzsche, él solo lo hace. Algo así como el "Nadie me quita la vida, sino que yo la doy por mi propia voluntad" de Jesús. Sólo él se puede tirar la primera piedra...
ResponderBorrarMuchas Gracias Mac Ishi!!!!! Sí, la verdad que todos han demonizado a Don Federico, eso justamente no significa que Cristo no sea más grande que cualquier otro Filósofo, pero Nietzsche vio la tensión necesaria para desenmascarar a la civilización de Occidente. Y coincido solamente él se crucificó creyendo que podría construir una nueva escala de valores.
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