Quién sabe de qué color sería el mundo si tú estuvieras
si pudiéramos sentarnos allá afuera y compartir un café en el patio
me contarías los caminos que anduviste,
lo que has aprendido acerca del paso del tiempo y los grillos.
Casi he perdido la noción del último día que nos vimos,
si nos dimos un apretón de manos
o si fue tu mirada llena de cielo la que empujó mis pasos.
Hoy desperté soñándote y me decías que a las seis
te irías al pueblo
y recordé aquella vez que no pudiste llevarme contigo
y mi hermana se encargó de distraerme cuando te ibas.
Yo, claro, me dí cuenta pero reaccioné tarde,
por un momento egoísta fui ese niño
que pensé que te tendría siempre a mis ordenes.
Quién sabe qué color tendría esa neblina que amabas,
pero seguro es luminosa si tú estás en ella padre.
Cuéntame por favor, padre
¿Cómo es que se desangran los gladiolos?
Como aunque mueran; perdura su perfume.
Igual que los recuerdos cuando moriste, padre.
¿Cómo siguen viviendo de otra vida?
naciendo de otra muerte.
Como tomabas el periódico y tus lentes
mientras en el patio mis rodillas
gastaban la mezclilla del pantalón.
¿Dónde estaban entonces escondidos los pájaros negros?
Esos pájaros que un día volaron sobre ti
llevándote al corazón escondido de la lluvia.
Cuántas veces dije abuela
y me contestó la soledad encanecida.
Miré el sueño caminando sobre rieles
y el tobogán de vuelta a la oscuridad.
Cuántas veces busqué tu aura bendecida,
el olor a alcatraces y las veladoras
flameando discretamente en tu regazo.
Eras los pinos y las piedras,
el deslinde de las mojoneras
y el abril de las cigarras.
El amor de los hongos
que despiertan al compás de la lluvia
y, que ya secos van levitando
en ese ocio azulado de las nubes.
Cuántas veces al decir abuela,
dije horizonte y miel de abejas;
luego al buscar tus manos hallé la neblina.
Cuántas veces fuimos los desconocidos
a los que una causa de vida los sostiene
como los pájaros que llegan de visita
y buscan el abrazo de las ramas,
que se quedan en el patio
para ver encenderse las
primeras estrellas,
y ese hilo de vida es tan frágil
que podríamos ser otros: los ajenos
a los que llamamos otros pero acudimos a ellos
en el ánimo de honrar una presencia tutelar
y siempre viva.
Llenar esos espacios fiables de la memoria;
la memoria que ya no es compartida
porque hay abismos entre pinos y montañas
y abrimos los párpados
con ánimo de fijar para siempre
el arcabuz del naranja y las hojas del árbol
que nimban el azul doliente de esta tarde
la noche en que se despide el amor
que aromó tu ausencia.
Mi abuelo fue un árbol
sembrado en angostura,
cerca del cauce de un camino
al lado del liquen y las piedras.
Cobijado por la neblina,
mi abuelo hundía sus raíces
en lo profundo,
buscando más y más suelo
encontraba más y más aire.
En mi abuelo vivían dos raíces:
El árbol de mi infancia
y el árbol de mis sueños.
Mi abuelo: árbol de aire,
árbol de agua.
Un día dibujó su silueta
en el vado seco
y el aire cimbró sus frondas:
derribó su corteza,
sus sellos, sus raíces.
La vida de mi abuelo
se hizo neblina.
A veces suelo encontrarlo
en la cumbre azul de mis sueños.
Mi abuelo árbol de agua.
Mi abuelo árbol de aire.
Xabo Martinez
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