Desde este ruido que nunca se apaga
Escucho los barrotes de las prisiones cuando se quiebran
La voz de un perro que ladra
En su profunda queja
El desgozne de un círculo
Una hoz de luz que se incendia
El peso de las nubes en el cielo
La levedad del mundo en su promesa
(Y el silencio es una partícula minúscula que se escucha)
Desde este ruido que nunca se apaga
El aire que respiro es una prensa
La imagen de mi madre un candil
En el reverbero de mis ojos llenos de niebla
Todo el ruido en mis oídos y en el centro
Un profundo silencio que se despierta
Con la agonía de morir prematuro
Sin ver la luz de la palabra.
Sal
Fuimos sal
Una cara al sol en la puesta del desasosiego
Manos suspendidas en la gravedad de la noche
Merecimos las estaciones
Y en la hoja de la cosecha estuvimos vivos
Un centímetro de tierra nos atrapó los pies
Y nos cosió como cicatrices a su entraña
Despertamos
Nuestros ojos cristales de lluvia
Nos revelaron la orfandad del ansia
Fuimos sal y como arena
Hicimos parte del agua
Un destino inmaculado de nube nos sorprendió
En la nación celeste del sueño
Y supimos que seguíamos vivos en la raíz del árbol
En la prematura liquidez de la madrugada
Como sal nuestras arrugas
Guardaron el tiempo entre sus marcas
Cementerio de oquedades
Luz que se refracta en el espejo.
Los poetas son como los niños
Los poetas son como los niños
Míralos amor, reclinarse en las tardes
Cerrar los ojos en su periplo
Verter sus voces en los cauces
De pájaro es su silbido
Anidan sus promesas en los valles
Corren entre la hierba como niños
descalzos del amor y del hambre
Óyelos gritando en su oficio
Esforzándose en decir lo que les arde
Entregando en el clamor de lo extinto
el dolor de la luz que los embate
Los encuentro como niños
a los poetas en sus versos, expiarse
Entre el polvo, el recuerdo y el olvido
brillando en la sombra, deshojándose
Óyeme los he visto
en la cuna de oro adormilarse
En el menguante de la Luna bien mecidos
arrullados por el vaivén de su carruaje
Los poetas amor, son como niños
Pequeños en su raíz y como árboles
grandes imperios de silencio y de sonido
extendiéndose a la luz
de su ramaje.
Nacimiento
Mi piel
Es un cuenco vacío
Que arde como un carbón entre las piedras
Duermo el sueño de mis antepasados
Y la tierra
No es el silencio que escuché quebrarse
Es el ruido ensordecedor
El golpe de la sangre
La ruina del árbol
La nube que se cierra
Y mi cuerpo
Es una quebrada forma
Que se pliega contra el cielo
Quizá
Mi pasado de colina
Haga que vuelva a girar el mundo entre sus pies
Y sólo alcance la mañana
Sólo como un grito de júbilo
Para que el ruido de la tierra sea un silencio de obsidiana
Una lágrima que emerge
Desde el vació
María Fernanda Ceballos Calvache
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